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Francisco Palacios

Líneas críticas

Francisco Palacios

Más allá de la razón aritmética

Las consecuencias del pacto de investidura alcanzado entre el Partido Socialista y Ciudadanos

Tras los resultados de las elecciones generales, parecía seguro que se avecinaban tiempos en los que iban a primar la incertidumbre y las maniobras políticas en unas negociaciones interminables y confusas, con sus excluyentes líneas rojas, vacuas proclamaciones, tactismos, intereses partidistas o la escenificada animosidad personal entre los líderes de los partidos más votados. Un embrollado panorama, aunque en política nunca se sabe: ocurre a veces que cuanto mayor es el caos, más cerca está la solución.

Lo cierto es que, a pesar de que han transcurrido más de dos meses desde las elecciones, nada hay decidido sobre la constitución de un gobierno estable en España, aunque exista en principio un acuerdo entre dos formaciones políticas (PSOE y Ciudadanos): una consolidada y otra emergente. Uno de los firmantes, Pedro Sánchez, ha escrito en un diario nacional que el pacto suscrito "no confronta sino convoca a la mayoría de los españoles a un nuevo tiempo político en España. Un pacto abierto a todas las fuerzas políticas". De todas formas, estas afirmaciones del candidato Sánchez no dejan de ser una mera declaración de buenas intenciones, ya que se enfrenta a una compleja realidad parlamentaria. Por lo pronto, de no contar con otros apoyos o abstenciones, los acuerdos no tienen posibilidad alguna de cristalizar en una investidura para formar gobierno. Jorge Luis Forjes definió irónicamente la democracia como "ese curioso abuso de la estadística". Ciertamente, la pura aritmética parlamentaria es, por ahora, un problema insalvable para los partidos pactantes.

Y más allá de la razón aritmética, es evidente que ahora faltan en España políticos con una clara y firme visión de Estado. Estadistas capaces de abordar decididamente, sin complejos, los principales problemas que hoy padece la nación.

Como escribió Ortega y Gasset hace más de setenta años, faltan "esas almas mayores que con sus fieros y rudos aletazos" movilicen las fuerzas de la nación hacia metas potentes y compartidas. Pero, en vez de esas almas mayores, abundan los sofistas, esos demagogos y embaucadores que, como en la antigua Grecia, practican el arte de la falacia, la ideología de la indefinición, y cuya moral política no suele rebasar los lindes partidistas. O los de su propio interés personal, como lo atestiguan los abusivos casos de corrupción. Unos políticos que, en los últimos, condujeron al país a una suerte de parálisis institucional: a la "España estancada", que el catedrático Carlos Sebastián analiza en un ensayo luminoso.

Sobre este asunto escribía recientemente el filósofo Javier Gomá que en España sentimos por todas partes la torpeza de las instituciones políticas que nos rigen. Unas instituciones que están exigiendo una urgente reforma y que muy probablemente funcionarían razonablemente bien de estar administradas por ciudadanos competentes y con sentido del decoro. Y nada resulta más eficaz para exigir decencia que practicarla, pues una sociedad comprometida con aquello mismo que reclama ejerce una presión indudable sobre la selección de los administradores públicos y somete su gestión a la medida de una pauta moral y política que "estos ya no pueden ignorar sin gravísimo y justificado reproche".

En definitiva, como en otros muchos períodos de su historia contemporánea, España vive actualmente una incierta y mudable situación. Un enrevesado embrollo en el que se conjugan el artificio, la escenografía y la demagogia. Una situación que ilustra muy bien El Roto en una de sus últimas e ingeniosas viñetas: "Los escaparates engañan. Lo que hay que mirar es la trastienda". Y como en política todo, o casi todo, es posible, no se descarta que en esa trastienda se puedan estar urdiendo imprevisibles alternativas de Gobierno.

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