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Un puñado de palabras justas

La presencia en la Casa de La Buelga del poeta Joan Margarit

Hoy a mí, que como tantas veces no me puedo soportar a solas conmigo, me hace falta un poema, unos versos sueltos que sean necesarios como el pan de cada día, como el vaso de agua que nos descubre la alegría de estar vivos. Me hacen falta unas palabras que consuelen y nos despierten, que digan lo esencial y nos propongan, sin lugar a ninguna duda por un momento, que la vida es la llave que abre no las puertas de la muerte sino las de la vida.

Hoy espero por unos versos. Es poco, no pido mucho. Los busco en mi memoria y acudo a los míos: a Blas de Otero, que nunca me defrauda; a Joan Margarit, que siempre me ha acompañado y a quien presenté este viernes; busco unos versos, un poema: ¿estará en una canción que escucho por la radio, en un libro que se oculta en la estantería, en la conversación descuidada del bar que atiendo mientras cumplo con el rito del domingo? ¿Podría ser acaso ese poema que busco aquel de Maiakovski, que leí con desasosiego a mis quince años?: "Si las estrellas se encienden, ¿es por que alguien las necesita?".

Necesitamos las estrellas que iluminan la noche aunque sabemos que se encenderían con igual belleza aunque no estuviésemos. El azar reparte cartas malas en esta mano de la Historia: crisis, reacción, incertidumbre; la poesía no soluciona la papeleta a nadie, pero consuela y hace que conozcamos mejor al otro. Tal vez esa sea la lección de Joan Margarit, la más espléndida. Él, arquitecto de profesión, mago del cálculo de estructuras, se ha aplicado en la construcción del poema como un artefacto de sentido donde fondo y forma estén en equilibrio. Este poeta catalán, autor de alguno de los mejores versos españoles de la actualidad, es una persona cada vez más sabia. Necesito unos versos suyos, los busco en mi biblioteca. La desolación serenamente arrebatada de "Joana", la rabia contenida por los márgenes de la razón de "Casa de Misericordia". Desde hace años, Joan Margarit se dedica con ahínco a la poesía: cada año nos sorprende con un puñado de palabras verdaderas, palabras que saben a pan, a agua clara de la fuente de la infancia a veces, otras a la de los torturados torrentes de una juventud perdida. Un paso firme pueden ser unas palabras humildes. Un paso firme que se da con la seguridad de ser temor y temblor, es cierto, pero también fortaleza de quien peregrina sin descanso con todos los suyos hacia la Ciudad Justa. Joan Margarit lo sabe y sabe compartirlo: escucharle recitar, a él que es de la escuela de Yevtushenko, es una experiencia única. Un poeta es aquel que, a través del verso y de la idea analógica, sabe comunicarse.

El presente es el poema. Ese poema que dice y que cada uno interpreta a su manera dándole distintos significados, incluso contradictorios. Ese poema que maravilla y produce el milagro del diálogo. Ese poema que no engancha sino que cautiva. Ese poema que ahonda en el alma descubriendo la piel y la herida. Ese poema que ya ha sido escrito, que se está escribiendo ahora mismo, que se escribirá mientras alguien esté vivo para mirar en la noche sin certezas las insomnes estrellas. Ese poema que salva un amor, que justifica una vida, que es himno, elegía y destello. "Los poemas, que son cartas anónimas / escritas desde donde no imaginas / a la misma muchacha que un otoño / conocí en aquel tren que iba vacío".

Ese poeta que tenemos la oportunidad de escuchar de viva voz, Joan Margarit: un puñado de palabras justas.

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