La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Dando la lata

Un pañuelo

Una semana antes intenté localizarlo en Saldaña y me dijeron que no había venido. Y fui a encontrarme con él -bueno, me encontró él a mí- en la oficina de turismo de un pueblecito normando. Y te quedas estupefacto. Oyes que alguien pronuncia tu nombre pero no haces caso. Porque no puede ser. Pero es. Parece imposible que el mundo sea tan poca cosa. Como para andar de extranjis por ahí dispuesto a hacer alguna picardía. Te reconocen fijo. Porque también me pasó en el ascensor de un hotel de Helsinki. "Tú a mí, no, pero yo te conozco". La leche, qué susto. Mira que estábamos lejos y fuimos a coincidir allí con un matrimonio de Mieres. Y a mi querido amigo Pedro, al que hacía años que no veía, me lo fui a encontrar en la Alexanderplatz de Berlín. Y saliendo de tomar un café en el Parador de Cangas de Onís alguien toca el claxon. Mi primo Guillermo.

Me contaron de un personaje célebre que se marchó de viaje con la querida. Y fue a darse de narices con su esposa en medio de la Plaza Roja de Moscú. Porque sí, el mundo es un pañuelo y cuanto más quieras esconderte, antes te encontrarán. Una prima de Cris, en Bilbao. Una pareja de Mieres, en la calle Fuencarral de Madrid. Otros de Mieres, en el patio de un palacete de Verona. A mi colega Marta, en el bar de un hotel allá en lo profundo de Noruega. Si serán así las cosas que tengo un pariente lejano que en un viaje a Tokio con su mujer se encaprichó de un mueble japonés muy especial. El caso es que pidió al vendedor que se lo reservara mientras gestionaba el pago y el envío a España. Cuando al día siguiente lo tuvo todo dispuesto, acudió a la tienda y, ¿a quién se encontró allí interesado en el mismo mueble? A su hermano. Toma castaña. Pues eso, que cuando menos te lo esperas, aparece uno de Mieres, aunque estés en el culo del mundo. Y tú convencido de que, por fin, estás a solas.

Compartir el artículo

stats