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Francisco Palacios

Líneas críticas

Francisco Palacios

La España estancada

El fallido pacto entre PSOE y Ciudadanos para la formación de Gobierno y evitar nuevas elecciones

El intento de formar Gobierno por el candidato socialista Pedro Sánchez ha sido por ahora un fiasco. La razón aritmética (y también la política) no permitió que su pacto con Albert Rivera llegara a convencer más que a una parlamentaria, que primero se abstuvo y luego votó afirmativamente. Los cambios y las reformas anunciadas por Sánchez (y defendidos por Rivera) no lograron convencer al resto de los parlamentarios, que no se movieron un ápice de sus posiciones iniciales. A unos porque les parecieron insuficientes. Y a otros porque de ningún modo estaban dispuestos a aceptarlos: cualquiera que fuera su contenido, imponiéndose así el tabú de las diferencias insalvables.

En principio, dada la diversa composición de las fuerzas parlamentarias, ese resultado podría parecer lógico, sino fuera porque todos los aspirantes a la presidencia del Gobierno repitieron hasta la saciedad que los ciudadanos les habían pedido en las urnas que se pusieran de acuerdo para formar Gobierno. Que dialogaran. Y aún siguen afirmando que supondría un "fracaso democrático" tener que repetir las elecciones. Y a eso parece que estamos abocados. Aunque en política nada se puede descartar.

Pero esa repetida apelación de los políticos al mandato de las urnas (como si los votos hablaran) no es más que un subterfugio demagógico para justificar su propia incapacidad de sellar acuerdos razonables. Resulta imposible que los votantes puedan reclamar ningún tipo de acuerdo, por la sencilla razón de que, cuando votan, desconocen los resultados de lo que han votado. Por tanto, los electores no pueden exigir algo cuyo resultado no controlan. A propósito, Pedro de Silva escribía hace unas fechas en este diario que el elector debería reflexionar sobre lo efímero de su reinado y la fugacidad de la vida de su voto que, una vez en la bolsa de los elegidos, ya deja de cotizar.

Son los propios políticos y sus respectivos aparatos los que realmente está impidiendo cualquier tipo de pacto (salvo el del PSOE y Ciudadanos) para formar el Gobierno que ellos mismos demandan. Pero lo obstaculizan con sus líneas rojas, no siempre justificadas, presiones económicas, estrategias partidistas, sectarismo. Por su tendencia al espectáculo, al aspaviento, la vacuidad y las inquinas personales. O por el rencor histórico de algunos de sus líderes. Un panorama repleto de inquietantes fantasmas en una España políticamente estancada: algo que poco o nada parece importarles a los responsables de cambiar la situación.

En cualquier caso, y a prueba de escépticos y pesimistas, Pedro Sánchez asegura que está convencido de que será elegido presidente, pues cree que al final contará con el apoyo o la abstención de Podemos. No se piensa igual en las filas del propio Partido Socialista, donde se ve cada vez más lejos la posibilidad de que Sánchez pueda formar Gobierno. El tiempo dirá.

En ese continuo ajetreo mediático de cábalas, opiniones y desmentidos, Raúl del Pozo, un periodista generalmente bien informado, escribía estos días que Pedro Sánchez ignoraba que un alto cargo del Partido Popular llegó a sugerir que Felipe González presidiera un Gobierno de emergencia.

Más allá de extravagantes ocurrencias, lo cierto es que en España parece que siempre se empieza desde cero a partir de cada cambio de situación política, sin aprovechar las valiosas aportaciones de los que no comparten el mismo ideario. Y las grandes naciones se hacen con las capas que, a lo largo del tiempo, se van acumulando de muy diversas contribuciones. Sin rupturas innecesarias. Y con frecuencia nefastas.

Actualmente, España necesita dinamizar su estancada vida política: superar el sectarismo, abordar con firmeza las grandes desigualdades sociales, la incompetencia y la desmedida y fomentada corrupción a diferentes escalas: no sólo la económica.

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