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Velando el fuego

La noventina

El nuevo bingo del Caudal Deportivo

Desde pequeño me dijeron que en la mitología griega había tres órdenes: dioses, héroes y mortales. Pero más adelante, cuando ya flirteaba con los pantalones largos, me di cuenta de que no hacía falta acudir a la mitología griega para encontrar héroes que hablaban mi misma lengua. Personajes generosos, despiertos, incansables en su porfía y dispuestos siempre a ofrecer una parte de su tiempo para que todos los domingos (antes, el fútbol se sujetaba rigurosamente a una ceremonia festiva) los mortales que habíamos abrazado ese deporte universal, como si de una religión se tratara, pudiéramos disfrutar de nuestro espectáculo preferido.

Esos héroes tenían nombres propios. Nada de Adonis, Agamenón, Electra... Mejor invocar a Tomasín el del Troya, a Pin el de la Cruz Blanca o a Baragaño el del Alcázar, entre otros más actuales a los que también se podría hacer mención: Cima y Luis del Langreo Eulalia son algunos ejemplos. Acompañados por una reducida pero fiel cofradía de colaboradores, obraban el milagro semanal de regar el campo, lavar la ropa embarrada de los jugadores (muchas veces en su propia casa), remendar las redes de las porterías o pintar el césped. Y todo para que después nosotros nos sentáramos en las gradas, con la vista puesta en el arbitro (siempre era el causante de nuestras desdichas cuando el resultado no nos acompañaba) o en algún futbolista que balanceaba la cintura con la misma gracilidad de una experta bailarina. Años después he vuelto a recordar a aquellos héroes de tiempos ya lejanos. Bastó, en este caso, que como padre visite cada semana los campos de futbol en los que mis hijos forman parte de un ritual que no conoce fronteras. Por eso ahora pienso en las dificultades que esos héroes tuvieron que sortear para mantener firme el timón de sus ilusiones. ¿Cómo es posible, me pregunto muchas veces, que el menguado número de espectadores (en la mayoría de las ocasiones limitado a padres y abuelos de los chavales) sea suficiente para mantener al fútbol modesto? Poco a poco he ido conociendo distintas fuentes de financiación: ayudas y subvenciones, cuotas de los padres, fiestas y actos sociales, hasta alguna que otra aportación de empresas (no hace falta decir que, en estos tiempos de crisis para casi todos, menos para los que juegan en los escalafones más altos, tales ayudas se han visto muy restringidas, cuando no se han secado). Y, cómo no, los recursos, tradicionales, domésticos, el ingenio particular de cada cual para conseguir una pequeña ganancia en el bar o en el sorteo de las rifas. Hubo una época, sin embargo, en la que los bingos se convirtieron en un aliado muy importante para suministrar oxígeno a las arcas de los clubes. No se trataba, en absoluto, de reparar todo el inmueble deportivo; pero sí, al menos, de adecentar una parte del mismo. Hasta que, repitiéndose una vez más la historia de que al perro flaco le caen todos los dientes, un decreto acabó con esa importante ayuda suplementaria. De ahí que tengamos que alegrarnos por el triunfo conseguido por el Caudal, que, tal como se refleja en la noticia de LA NUEVA ESPAÑA, ya puede cantar bingo (en este caso, el juego de La Noventina, actividad regularizada y similar al bingo).

Ojalá que esta victoria sea el inicio de otras que sirvan para hacer jurisprudencia, y, tal como finaliza la noticia que comentamos, el bombo vuelva a girar. Y que lo haga en beneficio de los equipos modestos. Los que no tienen el brillo de los poderosos; pero, en cambio, están sobrados de ilusiones.

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