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Francisco Palacios

Líneas críticas

Francisco Palacios

Diálogos para besugos

El tópico que establece que conversando se resuelven los conflictos

En una de sus acepciones, la palabra "diálogo" se define como la conversación entre personas, grupos e instituciones discrepantes o enfrentadas intentando llegar a un acuerdo. Y éste es el sentido más utilizado por la mayoría de los políticos, para los que el diálogo, el consenso, es una suerte de talismán capaz de abordar y resolver los asuntos más enconados.

Pero, con frecuencia, el diálogo no está orientado hacia una fructífera acción práctica. De ser así viviríamos en el mejor de los mundos. El tópico repetido de que "hablando se entiende la gente" no deja de ser un propósito de buenas intenciones. Un proverbio que puede tener consecuencias imprevistas cuando se intenta poner en práctica.

Así, en la película "Un dios salvaje", dirigida por Román Polanski, se cuenta la historia de dos matrimonios que se reúnen para dialogar "civilizadamente" sobre un pequeño incidente infantil: el hijo de una de las parejas, de once años, había golpeado sin mayores consecuencias al hijo de la otra.

Pues bien, lo que empezó siendo una velada para pedir disculpas, derivó en un volcán incontrolable y destructivo en el que todos arremeten contra todos: se insultan, se pelean, se emborrachan, se humillan.

La reunión fue además una excusa para que cada cual expresara su diferente visión del mundo, lo que contribuyó a enconar aún más los antagonismos. Todo menos resolver el incidente que les había reunido. Al final de la película, los dos niños aparecen jugando amistosamente en un parque próximo, ajenos a los deplorables efectos que había tenido el pretendido diálogo conciliador de sus padres.

En definitiva, fue una conversación que no sólo no resolvió nada, sino que enemistó a dos familias que se habían reunido para resolver un pequeño conflicto, y que, paradójicamente, trataban de conocerse mejor.

Asimismo, a diario aparecen en los medios de comunicación declaraciones de políticos defendiendo el diálogo como un instrumento de primer orden para solucionar los problemas más dispares. En España se recurre actualmente al diálogo como pretexto para que uno de los candidatos sea investido presidente del Gobierno. Pero ese intento, por ahora, es solo un espejismo. Un confuso diálogo de sordos. Al margen del insuficiente acuerdo entre el PSOE y Ciudadanos, las intransigencias y los intereses partidistas siguen primando sobre los generales intereses de la nación, lo que seguramente nos abocará a unas nuevas y muy onerosas elecciones, cuyo costo sería de unos 130 millones de euros. Aunque no se descarta que se vaya a producir un acuerdo de última hora.

En cualquier caso, los políticos siguen apelando al diálogo como se espera a un Godot imposible en la obra del Nobel Samuel Beckett, pero esa liberación nunca llega, porque ninguno de los personajes hace nada para alcanzarla.

Por otra parte, en el libro antológico "Diálogos para besugos", el periodista, guionista de cine, comediógrafo y autor de historietas, Armando Matías Guiu, hace gala de un humor negro, incisivo y surrealista, cuando describe la actuación de los políticos: "Ninguno dice lo que piensa; algunos no piensan lo que dicen; aquellos piensan y no dicen; éstos, nadie sabe lo que piensan; de los de más allá uno piensa que piensan, pero ellos no piensan que uno piensa".

Finalmente, hay ejemplos en los que el recurso al diálogo se hace desde una jerarquía de poder tan desigual que las consecuencias solo pueden ser catastróficas para una de las partes, la más débil. Lo ilustra bien un viejo proverbio masái: "Nada se supo de la gacela que fue a dialogar con el león".

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