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Desde mi Mieres del Camino

Con la mirada en pretérito y en clave infantil

Aquellos juegos y libros de los nostálgicos años cuarenta y cincuenta

Indudablemente a la hora de hurgar en el pasado uno corre un peligro serio de entrar, de cara a las posteriores generaciones, en el famoso y manejado dicho bajo el brazo de "ya está aquí el abuelete con sus batallitas". Precisamente, el conocido personaje era uno de los entretenimientos de revista infantil por aquellos tiempos.

Cierto es también que hoy, setenta años más tarde, de una forma tajante y asombrosa todo ha cambiado: la imagen, los usos, las costumbres y la forma de desarrollar la vida. Si antes los niños se dedicaban al "pío campo", a los "chaplillos" y similares, y las niñas -por aquello de lo impuesto por el régimen de que los niños con los niños y las niñas?- entretenían sus tiempos libres a base de muñecas, incluso de trapo, en los acertijos y "cocinetes", o el juego de la raya (el "cascayu" en asturiano) Váyase usted a encontrar ahora una estampa de ese estilo! Con mucha suerte, en manos de algún veterano coleccionista amante de la máxima de que "todo tiempo pasado fue mejor". Hoy, sin necesidad de darle muchas vueltas, cualquier curioso de la realidad presente se da de bruces, en el escenario menos pensado, con las actuales tendencias del tiempo libre de las nuevas generaciones. Como ejemplo, presentan un cuadro típico ya de cuatro o cinco adolescentes o infantes, cada uno con su móvil de último avance, dándole a la tecla. Incluso mandándose mensajes y similares, unos a otros, en tan corto espacio físico que, sin levantar la voz, podían trasmitirle sus pensamientos y santas pascuas. Incluso me atrevo a decir que hay parejitas de novios que están tomándose una consumición -pienso benévolamente que en plan de refresco- en la terraza de un establecimiento de hostelería, haciendo arrumacos de palabras bonitas a través de las redes sociales. ¿Un desmadre? No lo sé. A mí me cae a la distancia sideral, pero, claro está, yo soy como el veterano de alguna guerra lejana. Pero, "como pueblo que olvida el pasado no hace historia", echémosle un vistazo al tiempo de ocio de los infantes de aquella época pasada, en el propio marco mierense, basando la tesis en unas líneas nostálgicas que se le ocurrieron a nuestro querido jefe en la Tertulia "Por el Camino", el amigo Tante que en base a su vena recordatoria, pergeñó unas emotivas secuencias.

"Recuerdo -dice- aquellos años que no teníamos nada que llevarnos a la boca, y no me refiero a la "fame" sino a los entretenimientos de los guajes. No había radio, menos televisión, ordenadores ni soñarlos y el teléfono móvil, como mucho, el que la familia podía disponer de él en casa y que como "móvil" podías moverlo cosa de treinta o hasta cincuenta centímetros arrastrado un cable. Eso si no te veías obligado a darle al rabil, como anteriormente, y pedir conferencia a la operadora". Y sin embargo éramos felices, lo que significa que "no por tener mucho uno alcanza el estado más placentero", sino que la respuesta estaba en el hecho de aceptar tu situación y disfrutar de lo poco que teníamos. Que perdonen si ofendo, pero creo que hoy los neños están un poco "reviciaos".

Todavía recuerdo una vez que me pilló la gripe, con cierta fiebre y no pude ir a la escuela. Un compañero fue a verme y me llevó toda la colección que había salido, hasta entonces, de "El Guerrero del Antifaz". Pues nada, que aquella gripe fue una de las más felices de mi vida.

Aquellos tiempos de "les bolines" de anís de perrina, los caramelos de perrona, el pan de higo que, por cierto, quitó una buena parte de la fame, de las chufas, las castañas mayucas, el regaliz "Zara" con cromos de ciclistas. ¡Ah! Y los domingos el cine infantil a las tres de la tarde que costaba una peseta. En él comíamos los cacahuetes de El Portorriqueño, que vendía Próspero, el dueño del comercio de la calle Martínez de Vega, donde tenía el tostadero, y en el que trabajaba toda la familia para llenar a Mieres de cacahuetes recién tostados.

Y? ¿Qué me dicen de los quioscos? Había varios por todo el casco urbano, pero los más famosos para los peques eran el de Esperanza la Gorda junto al Pombo, La Curra delante del Novedades, Alicia y Miguel últimamente frente al Capitol, y el de Marcelino el de los cuentos, entre el Pombo y el Novedades donde estuvo el destacamento de los moros que había venido cuando la guerra. Allí comprábamos los más populares como eran "El Guerrero del Antifaz", "Roberto Alcázar y Pedrín", "Hazañas Bélicas", estos últimos dibujados por el genial "Boixcar", "El Capitán Trueno", "Pulgarcito", etcétera.

Por aquella época el cine triunfaba, sobre todo, para los más pequeños. Allí estaban "Novedades", el "Pombo", "Esperanza" y "Capitol", este último a partir de los cincuenta. Palabra que eran salas para soñar. Había hambre de fantasía; reíamos, llorábamos y nos estremecíamos.

Quién no se acuerda de aquellas películas como "King Kong", "La Carga de la Brigada Ligera", "Robín de los Bosques", "La Diligencia", "La Mula Francis", "Tambores Lejanos" y muchas más. Siento decirlo, pero ahora van al cine consumidores. Antes íbamos personas.

Y la radio de aquellos tiempos. Nuestros recuerdos musicales se remontan a los discos dedicados que retransmitían todos los días las emisoras con canciones tan entrañables como "La Ovejita Lucera", "Pénjamo", "La Raspa", "Campanera", "Doce Cascabeles", "Me debes un Beso", "Se va el Caimán"... Y los programas que arrojaron grandes éxitos, caso de "Ustedes son formidables", "Las charlas del padre Venancio Marcos". Con ellos y muchos más se paralizaba la vida en el entorno de cada uno: quien no tenía aparado radiofónico, iba a la casa de la vecina para escuchar el programa preferido.

Un dato ya muy peculiar para el ligue entre adolescentes y jovenzuelos que, dicho sea de paso, bebían los vientos por alguna rapacina. La calle entonces de Avenida José Antonio, "bautizada" así por las huestes franquistas tras la victoria de abril de 1939, (antes Marqués de Camposagrado y hoy de Manuel Llaneza) se convertía, algunos días de semana, pero sobre todo sábados y domingos, en el que popularmente llegó a denominarse "El Paseo". Y es que era campo abonado para medir posibilidades de acercamiento a la pareja preferida o, simplemente, hacer un guiño de simpatía y concertar una cita ya más discreta: "¿Dónde nos vemos?" "En 'El Paseo'".

Se recuerda, con verdadera nostalgia y simpatía, las salas de fiesta. Y tanto las salas de la villa como los bailes de extrarradio. En Mieres teníamos "El Montecarlo" de Requejo, "Palau" en Martinez de Vega, más tarde "La Pista de Sampil" y luego, ya con el tiempo. el "Yubana". Pero la juventud ya mayor de diez y ocho años abría alas hacia los pueblos. Por ejemplo, Turón era un auténtico paraíso con varias salas de fiesta. Ujo, Figaredo, Ablaña, La Pereda, San Tirso, por citar algunos. Incluso se traspasaban fronteras municipales, para llevar la palma, no del martirio (bueno, eso a veces), sino de diversión, principalmente a Moreda, con "La Bombilla" y Pola de Lena. Famosa era, por su unidad y en ocasiones por sus "faenas", la pandilla de San Pedro, en cuya plaza central, ya metidos en los años cincuenta, se reunían, los domingos, como cuarenta o cincuenta jóvenes varones para formar grupos que se repartían por la geografía comarcal y al final retornaba a su escenario del barrio para contarse las aventuras.

Mieres tuvo su pasado, tal como ocurre con el resto de los pueblos de Asturias. Y aquellos "héroes" infantiles y juveniles asumieron una etapa de carencias. Ellos, con su imaginación, supieron reconvertir en un grato y nostálgico recuerdo. Eso sí, por mucho que se diga de los avances tecnológicos y las mejoras de comunicación, antes existía un permanente contacto de camaradería, de vecindad, de la misma escuela y de amistad. Hoy -permítanme dibujar una cándida sonrisa- sobre las ventajas de las redes sociales.

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