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Velando el fuego

Patriotas

La unidad de España y la salida de capitales nacionales hacia paraísos fiscales

A medida que pasan los días va creciendo la opinión de que acabaremos encontrándonos de nuevo delante de las urnas. De modo que en las tertulias comienza a resultar habitual rellenar la quiniela de turno. A tenor de lo que se escucha, tal parece que el uno vendría dado por un porcentaje similar al de los últimos guarismos parlamentarios; la equis sería el resultado de un cambio en el tablero, pero que, a su vez, no supusiera una modificación importante de los colores de cada casilla; mientras que el dos significaría que de pronto seríamos invadidos por una galerna de proporciones considerables, capaz incluso de dar un golpe de timón que haría virar el barco hacia magnitudes muy diferentes de las actuales.

Y así, a la par que se hacen augurios y se abre el libro de las especulaciones, no falta quien -sobre todo cuando los parroquianos forman grupos más o menos conexionados- deposita el color de su papeleta en los oídos de los demás. Un ejercicio que, por cierto, no goza de buen cartel, pues se tiende a creer que el gusto político de cada cual pertenece al terreno de lo privado, que hay que vivir la política de puertas hacia dentro, pues lo contrario, ese darle publicidad a las ideas, es tanto como exponerse a quedar desnudos y sufrir las consecuencias del frío. (Pienso que este recato nos viene dado por tantos años de oscurantismo, en los que hablar de cualquier tema relacionado con lo social era algo parecido a subirse a una bicicleta sin frenos y que rodaba siempre pendiente abajo).

En una de estas conversaciones de bar (no hace más de una semana de la misma), un parroquiano habitual aseguraba que él no tenía aún el voto decidido; si bien, recalcó, nunca se lo daría a quienes quieren romper el país. Él se consideraba un amante de su patria, por lo que, remachó, no estaba dispuesto a que se la trocearan. Como era natural, tal afirmación creó el necesario caldo de cultivo para debatir sobre el hormigón de la Constitución, los cismas del independentismo y otras zanjas y fracturas que se pudieran dar en la geología de nuestro país. Y también, del mismo modo, una vez más se puso de relieve que la corteza terrestre no tiene la misma medida para todos, y que mientras algunos siguen viviendo en la tercera dimensión (el ancho, largo y alto conocidos de siempre), otros opinan que ya va siendo hora de entender que hay una cuarta dimensión, formada por una fuerte conciencia de identidad grupal, lo que no tendría que significar, necesariamente, - así apostilló otro-, merma alguna de la memoria colectiva.

Cuando hace unos días me senté en la misma mesa de siempre, en el mismo bar en donde tomo mi descafeinado mañanero, y me encontré con la noticia de LA NUEVA ESPAÑA sobre los papeles de Panamá, no pude por menos de recordar la escena a la que me he referido. ¿Cómo es posible que tantos personajes archiconocidos, famosos por distintos motivos, patriotas confesos, enemigos declarados de cualquier grieta que se pudiera producir en nuestra cartografía hayan evadido sus fortunas a paraísos fiscales?, me pregunté. Mas pronto comprendí que la patria más segura es aquella que está blindada con cientos de miles de millones de euros, y que, por lo mismo, es preferible invertir en las aguas seguras de islas Caimán antes que contribuir con sus impuestos a la mejora del país. Nada nuevo, pues, sobre el subsuelo marino. Los tiburones siguen campando a sus anchas. Una especie protegida por la élite económica mundial y que devora todo lo que encuentra a su paso.

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