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Velando el fuego

De paseo

De los pensamientos cuando se camina y de los estragos de la crisis económica

Si preguntáramos cuáles son los pensamientos a los que se entregan las personas que están acostumbradas a pasear con cierta regularidad, mientras practican su ejercicio físico, nos encontraríamos con distintas variables. Para algunas -y cada vez más, por lo que se observa- la música se ha convertido en su mejor acompañante, de modo que las vemos con los auriculares pegados al oído, entregadas a géneros distintos dependiendo de los gustos y de la edad de cada cual. Otros paseantes ponen su atención en los prodigios de la naturaleza: un pico aquí, una mancha boscosa más allá, un cielo con tiznes impresionistas... Y, del mismo modo, hay también quienes están más atentos a controlar sus pulsaciones que a otra cosa.

En mi caso, y cuando el buen tiempo se decide a visitarnos (de lo contrario, el frío, la humedad o la lluvia actúan siempre como elementos disuasorios), me gusta conjugar el extrarradio con los circuitos urbanos. Y cuando me adentro en las arterias de mi ciudad, acostumbro a desplegar un mapa de recuerdos: aquí estaba hace tantos años un cine, en el lugar en donde ahora abre sus puertas un centro comercial; o, paradojas del destino, esta calle río por la que en los años sesenta confluían tantos trabajadores, camino de la fábrica, se ha convertido en un goteo de bares que sirven de refugio a muchos aspirantes en busca de empleo, que, vistas las dificultades para conseguirlo, optan por distraer su desazón entre nubes de alcohol.

Como es natural, en cada vuelta y revuelta, en cada esquina que doblo y en cada metro de asfalto en el que se hunden mis pasos, hago recuentos contables, debes y haberes que se van alineando en una y otra parte del balance laboral: ¿cuántos negocios había y cuántos quedan? ¿cuántos proyectos se han ido por el desagüe de la crisis y cuántas nuevas alternativas vendrán a sustituirlos? En este punto, debo reconocer que el saldo final me resulta casi siempre negativo, lo cual, no sé si pertenece al signo de los tiempos o, más bien, a la resultante de sumas y restas imposibles de cuadrar, sobre todo cuando la inoperancia de quienes rigen nuestros destinos anda por el medio.

Hace unos días, las huellas de mis zapatos zascandileaban por La Pomar, más en concreto por la calle que lleva hasta La Reguera, cuando observé a un grupo de personas arremolinadas en torno a un bajo comercial. Era lógico que la curiosidad me dirigiera hacia allí. Del mismo modo que era lógico que pronto notara un sarpullido de alegría al escuchar que un par de jóvenes -Oliver y Álex, me fui enterando de sus nombres- habían decidido inaugurar un estudio de diseño gráfico. Como es natural a esa edad en la que la sangre está en continua ebullición, las perspectivas son optimistas por venir acompañadas de una visión diferente a la tradicional: más novedosa, más innovadora... (incluso uno de ellos venderá su propia marca de ropa: lo que no significa, precisamente, que se trate de una tienda de ropa). Un tríptico: diseño, moda y arte que, en este caso, reforzará con eficacia la imagen de una cultura basada, sobre todo, en elementos visuales. Y que servirá para reforzar el perfil de una cuenca en la que se echan tanto en falta actitudes emprendedoras que consigan cambiar la estampa borrosa que nos representa.

No todos los días la cuenta de resultados iba a arrojar un saldo negativo, pensé con semblante risueño al terminar el paseo y llegar a casa.

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