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Desde mi Mieres del Camino

Encarnación González, la abuela del Caudal

Esta mierense, nacida en 1910, es la mujer más longeva de la comarca

La longevidad de la actual sociedad española ha pegado un giro importante, sobre todo cuando se trata de las mujeres. Aunque se dan casos especiales de varones que sobrepasan los cien años, son más las féminas que alcanzan mayor tiempo de vida. Por lo tanto, al dato estadístico nos limitamos.

Corría el año diez del pasado siglo (1910) y en España reinaba la monarquía de Alfonso XIII, después de alcanzar la mayoría de edad. El día de su boda, el 31 de mayo de 1906, sufría un atentado, en compañía de su esposa la Reina Victoria, con una bomba lanzada por el anarquista Mateo del Morral. En pleno periodo de su reinado, se recrudece la Guerra de Marruecos, también bautizada como "Guerra del Rif". Su visita a Melilla en plena campaña le vale el título de "El Africano" por parte del presidente del Senado. A consecuencia de diversos conflictos ocurre la denominada "Semana Trágica" de Barcelona. Durante la década de los veinte se ve obligado a admitir por el golpe de estado de Primero de Rivera y lo nombra jefe de gobierno del "Directorio Militar". Llega 1931 y se convocan elecciones democráticas que conceden mayoría a los republicanos. Y el 14 de abril Alfonso XIII se va hacia Roma, abdicando posteriormente los derechos dinásticos en su hijo Juan, el que, sin llegar a reinar, fue abuelo del actual monarca Felipe VI.

Pero, ¿qué tiene que ver este párrafo de la historia de España con el pasado o presente de mi Mieres del Camino? El quince de junio de 1910, en plena vorágine de ese relato, nace en Fueyo, núcleo cercano al alto de Cueña, línea divisoria con el concejo Langreo por la ruta de Rozadas de Bazuelo, Encarnación González Álvarez, lo que significa que dentro de un mes y catorce días, cumplirá -según se suele decir, Dios mediante- los 106 años, edad de especial significación que quizá la haya convertido ya, salvo error u omisión involuntaria, en la Abuela de la comarca del Caudal. ¿O no?

De Fueyo a El Pedroso y de esta localidad, balcón abierto al valle de Cuna y Cenera, hasta Las Colominas de Figaredo, concretamente la calle Las Vegas, número 17, segundo izquierda, donde reside actualmente. Allí pasa los días en compañía de algunos de sus hijos bajo cuidado y atención de su hija menor María y de una biznieta, Sara para más señas, alumna de cuarto de Primaria en el "Aniceto Sela" de Mieres, que a punto de cumplir los diez años, es el sol que ilumina la casa y la alegría de la huerta para su bisabuela, a la que cariñosamente llama "Ma". Ambas se entienden a la perfección, pese a la sordera, no completa ni mucho menos, que sufre Encarna. Ella, la niña, ayuda al reportero a conocer pormenores de esta más que centenaria a quien no le gusta la tele porque "tiene demasiada basura" y tampoco escucha la radio dada su incapacidad auditiva.

La vida de Encarnación, en la falda del monte Polio, no fue precisamente un camino de rosas. Para ella no existió escuela alguna, ya que sus padres, Baltasar y Generosa, tuvieron siete hijos y a ella le correspondió cuidar a sus hermanos, así como a otros infantes del entorno "para poder llevarse un plato de cocido a la boca". Con solo diez años acarreaba cubos de agua. También le correspondió llevar el peso de la casa a muy temprana edad, porque cuando cumplía los siete abriles, su padre los dejó huérfanos por muerte repentina. Muchas veces, en sus correrías por la zona, recuerda cuando con algunos de sus hermanos iban a robar manzanas "de las buenas, porque las que teníamos nosotros eran muy ruinas. Y un día apareció el dueño con una foceta, mi hermana Josefina escapó muy rápida, pero yo no pude moverme porque me amenazó con cortarme las piernas. Menos mal que Pumarín, que así se llamaba el propietario de la pumarada no cumplió la amenaza". De todas formas, recuerda con cierta nostalgia en su mirada, un tanto apagada por la operación de cataratas que hubieron de realizarle en los ojos, pronunciando los pueblos de Vegalafonte, Brañanoveles, Rozaes y otros, con cierto sabor a un pasado que ya nunca volverá.

Pese a sus años, Encarnación González se mueve por la casa con cierta facilidad, camina y mantiene unas condiciones físicas poco habituales en una persona que ha traspasado, con largueza, los ciento cinco años. Razones propias tiene para no ver la televisión: "Es que no me gusta porque tiene mucha porquería y la sordera no me permite escuchar la radio con facilidad".

A los dieciocho años, esta veterana del campo en la media montaña mierense, contrajo matrimonio con un gallego llamado Juan que era posteador en la mina. Se trataba de un hombre de gran inteligencia, aunque tampoco había tenido oportunidad de estudios primarios. Resultaba un "manitas" para todo y gran lector de cuanto caía en sus manos. Falleció de un infarto a la edad aún temprana de sesenta y seis años.

Encarnación suele pasar el tiempo sentada en su habitación, recibiendo, cuando el tiempo lo permite, los rayos del sol a través de la cristalera del balcón del dormitorio. Y así ve pasar los días, las semanas, los meses, bajo la mirada atenta de aquellos seres queridos que con ella conviven. A la hora de preguntarle si se encuentra contenta y feliz a su edad, la respuesta denota cierto tono triste y de lamento. "No, no soy muy feliz, porque tengo mucho años que pesan y esta sordera mía no me permite disfrutar de la vida".

Sería injusto silenciar que, tal como se estilaba en aquellos tiempos de casi comienzos del siglo pasado, Encarnación y Juan tuvieron nada menos que nueve hijos de los que viven seis. Ellos se preocupan de que la vida de su madre discurra con tranquilidad, paz y, dentro de los que cabe, cierta dosis de alegría. Y es que, a esas alturas de un siglo y casi seis años más, Encarnación González Alvarez, presenta un aspecto saludable que para sí quisieran muchos veteranos de esta nuestra existencia. Su mente parece funcionar con una buena dosis de normalidad hasta el punto de que, obviando la dificultad auditiva, se puede mantener con ella una conversación amena.

De todas formas las dificultades de una vida que discurrió entre mil peripecias de la historia española, sin posibilidades de moverse del terruño, por aquello de estar a la orden de las tareas domésticas, hace que sus recuerdos se reduzcan a un marco escénico de estrecheces y en ocasiones carencias claras, teniendo que asumir tareas impropias de la niñez y la primera juventud.

Eso sí, Encarna, como todo el mundo nombra, presume de los seis hijos que le quedan, ocho nietos y tres biznietas. Precisamente en la casa conviven tres de las cuatro generaciones directas de mujeres. A saber, Encarnación, su hija María, la nieta de ésta, mientras que la madre de la pequeña, con los títulos de perito de minas y magisterio, desarrolla su labor profesional.

Si la bisabuela Encarna es hoy objeto de atención en nuestro reportaje, no es justo que olvidemos el papel que interpreta, con la mayor naturalidad del mundo, una deliciosa chiquilla, su biznieta, que con esos diez años a punto de cumplir, alegra las tardes de la anciana, tiene una constante conversación con ella, e incluso, a modo de ejercicio realizado por imperativo del colegio, le hizo una entrevista entrañable a la "Ma" que incluso le sirvió al reportero para este trabajo divulgativo sobre la personalidad de Encarnación. No existe duda de que la pequeña Sara es una delicia que se pone de manifiesto con el cariño que desarrolla alrededor de su querida bisabuela.

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