La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Vidas marcadas

La importancia de los recuerdos de la infancia y el tratamiento vejatorio que recibieron muchos niños

Pasaron más de sesenta años y aún despiertan algunas noches en estado de agitación, viéndose atrapados en el aula oscura, temblando al escuchar cada vez más próximo el siseo de la serpiente, ese siseo repetido día tras día, mes tras mes, año tras año, que les ha marcado de por vida. Como los menosprecios y las humillaciones públicas. Como los tortazos. Para ellos, salir de allí fue comenzar a vivir. Pero el recuerdo permanece firme, intenso y aún provoca pesadillas. Es verdaderamente triste que al final de sus caminos aún mantengan tan presente la traumática experiencia de la niñez. Yo tengo la suerte de no haberme visto obligado a padecer nada similar. Nadie abusó de su autoridad conmigo; nadie me puso la mano encima; nadie me amargó la existencia; nadie convirtió en un tormento mis años escolares. Fueron pocos, muy pocos, los que dejaron su impronta positiva, los que se esmeraron, los vocacionales, los comprometidos. La mayoría entró y salió del aula sin más, para cubrir el expediente y punto. Pero nadie motivó que aborreciera levantarme cada mañana para ir al colegio. Por eso siento pena al escuchar esas historias tan inquietantes, de miedo permanente, de injusticia y desprecio, de arbitrariedad y amenazas. Qué manera tan cruel y enfermiza de destrozar infancias, de lesionar existencias. No negaré que en ocasiones yo también despierto taquicárdico; pero es a causa de los recuerdos de las chifladuras cometidas por mí, de mis propios errores. Pero que un octogenario se desvele e inquiete al rememorar unos pasos, unos golpes, unas voces de la infancia, un tiempo que debería ser feliz por imperativo legal y moral, es profundamente triste.

Un niño con miedo, una niña que finge estar enferma para evitar ir a clase, unos chicos que tiemblan al sentir que la puerta del aula se abre? Qué fracaso colectivo tan terrible. Qué daño tan enorme. Para siempre.

Cuando oigo que hoy todo está peor que ayer, que ya no hay disciplina ni respeto ni orden y pienso en lo padecido por tantos niños a causa de aquel lema de que "la letra con sangre entra", no puedo evitar una mueca y un cierto sentimiento de alivio.

Compartir el artículo

stats