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Francisco Palacios

Líneas críticas

Francisco Palacios

Una cruel paradoja histórica

Las consecuencias de las guerras y el último gran periodo de paz en Europa

En el proceso de negociación entre Podemos e Izquierda Unida (ahora electoralmente "Unidos Podemos") surgió la polémica a propósito de la designación del el exjefe del Estado Mayor de Defensa, el general Julio Rodríguez, para encabezar la lista al congreso por Almería: "Nos molesta que nos traigan a un hombre de la guerra", objetó Rosario Martín, coordinadora de IU por esa provincia. Sin entrar en otros entresijos de tal discrepancia, parece evidente que el pretexto para ese rechazo se debe a la condición militar del candidato: por ser un hombre de la guerra. Al margen de las intenciones de Rosario Martín, su expresión da lugar a una breve disquisición histórica.

La guerra es una institución permanente desde el origen de las civilizaciones. Durante muchos siglos, el destino del mundo se viene decidiendo en los campos de batalla. A intervalos más largos o más cortos, los grupos sociales organizados han tomado parte en esos conflictos que llamamos guerras. Según el historiador estadounidense Crane Brinton, una guerra puede ser aplazada; pueden disminuir el número de beligerantes; sus horrores pueden ser aliviados por la medicina o por los propios códigos internacionales (pocas veces respetados). La guerra puede ser también evitada o atenuada durante un número determinado de años. Sin embargo, aún no se vislumbran las condiciones para que la guerra llegue a desaparecer definitivamente. Además, la razón de que las guerras se perpetúen es siempre una razón política. La guerra no es un fenómeno aislado, sino la continuación de la política por otros medios, tal como puso de manifiesto en sus escritos Carl Clausiwitz, militar e historiador especializado en temas bélicos.

Hace más de 25 siglos, el filósofo griego Heráclito sentenciaba en uno de sus aforismos que "la guerra era el origen de todas las cosas". En efecto, desde las primeras civilizaciones, muchos de los grandes avances científicos y tecnológicos surgen, se desarrollan o se aceleran como consecuencia de las guerras.

Veamos un ejemplo, entre otros muy diversos. A poco de estallar la Segunda Guerra Mundial, instituciones y sociedades norteamericanas destinaron ingentes recursos al estudio y comercialización de la penicilina, de modo que todos los heridos graves en la decisiva batalla de Normandía pudieron ser tratados con ese prodigioso antibiótico, que poco después empezó a ser utilizado normalmente con fines civiles, con lo que se salvó la vida de millones de seres humanos.

Es cierto que la relación entre guerra y progreso implica una cruel paradoja. En su reciente ensayo "De la honda a los drones: la guerra como motor de la historia", Juan Carlos Losada, trata de explicar los efectos de esa paradoja como algo inherente a la propia naturaleza humana. Asimismo, Losada no pretende que encajen los conceptos de guerra y progreso. Más bien sostiene que los ejércitos y la guerra, junto a otros factores interrelacionados entre sí, como los intereses económicos y geoestratégicos, las luchas sociales, las ideologías, los sentimientos, las religiones, "juegan un papel clave de engranaje en esa gran máquina que es la Historia".

Respecto al pacifismo fundamentalista, me parecen oportunas las palabras de un curtido soldado español que durante la Segunda Guerra luchó en Francia contra las tropas alemanas. Declaró ese soldado que a los nazis no se les había vencido con flores. Ni se les había obligado a deponer las armas con el diálogo, sino que solo luchando se les había podido derrotar. Y ese triunfo de los aliados sobre los nazis proviene buena parte de la paz que disfrutamos ahora en esta parte del mundo. Sin olvidar nunca los múltiples horrores ocasionados por las guerras.

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