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Velando el fuego

Viva el progreso

Las cada vez más precarias condiciones de trabajo y el halago de la competitividad

Hace unos días me di cuenta de que estaba equivocado. Muy equivocado. Completamente equivocado. ¿Qué eran esas milongas de que la Historia es como un tren que va ensanchando su ruta a medida que cruza por las estaciones? ¿Qué sentido tenía pensar que los hombres sustituiríamos el hacha de guerra por una herramienta de sílex menos puntiaguda? ¿A quién se le ocurre imaginarse siquiera que detrás de la tempestad podría llegar, al menos algún día, la calma, y que los campos en barbecho podrían sustituirse, aunque sólo fuera en algunas estaciones del año, por terrenos en flor? La provisionalidad, la incertidumbre, el no saber si el hoy puede ser un seguro de vida para el mañana o si el trabajo adquiriría la condición de fijo por tratarse de un derecho mínimo que tanto costó conquistar, ése es el rostro del futuro.

Lo dijo bien claro, bien alto, bien a las bravas y a las maduras el señor Rosell, el presidente de las CEOE, en unas declaraciones que fueron recogidas por LA NUEVA ESPAÑA hace unos días. Nada de relaciones estables, nada de hacer planes para los hijos, y mucho menos de pensar que el siglo XXI iba a traernos más prosperidad laboral que los que nos precedieron. Eso son pamplinas, sueños vanos, monedas falsas y cartas sin destino. Como echar una gota de agua en un océano pensando que pueda servir para aumentar su caudal. Hay que ponerse el traje de faena, empuñar los guantes de la competitividad, ganarse las habichuelas todos los días, que no está el horno para bollos, faltaría más. Que mira tú lo que nos cuesta salir de la crisis, y encima con lo poco solidarios que somos, así que es lógico que nos caigan piedras desde todas las esquinas. A ver si algún día aprendemos y conseguimos cambiar de mentalidad.

Ahí queda la frase del empresario de los empresarios. Todo lo sobria, precisa o lapidaria que se quiera; pero dicha por una autoridad en la materia, una de esas personas que están al tanto de todo lo que se mueve en el tablero económico y que dirige una organización férrea y con mano de hierro, como no podía ser de otro modo, que de lo contrario igual los trabajadores se desmadran pidiendo salarios justos y trabajo digno y entonces se arma la marimorena o una huelga de ésas pasadas de moda que estarían mejor encerradas bajo doble llave en algún museo donde se exhiben las antiguallas.

Reconozco que tras leer la noticia me sobrevino un sudor repentinus, un acceso incontrolado, casi un delirium tremens y que las palabras brotaron de mi garganta sin tiempo suficiente para haber cocinado la noticia. ¡Viva las cadenas!, ésa fue la expresión que me salió a las primeras de rabia; pero después comencé a pensarlo mejor, a intentar comprender los apuros por los que deben pasar los miembros de la CEOE para llenar la despensa a fin de mes o para enviar a sus hijos a estudiar a los mejores colegios. Y no digamos nada de los apuros con los que se encuentran cuando se trata de traspasar tantos millones de unos bancos a otros, muchos de ellos lejos de nuestras fronteras. De modo que nada de radicalismos, fuera sentimientos de justicia, acostumbrémonos a las mudanzas. Hoy en esta empresa (si para entonces aún queda alguna); mañana en la otra (en el extranjero, claro), y dentro de cuatro días en la cola del paro. ¿Sangre, sudor y muertes a lo largo de la historia por lograr conquistas laborales? Planes de descarga operativa, externalización de funciones, despidos no traumáticos, ésa es la música de moda. ¡Viva el progreso!

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