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Dando la lata

Seré breve

Es oírlo y ponerme en lo peor: "Seré breve". Mal asunto. No va a ser breve; al contrario, será interminable. Como cuando te dicen "Que no te moleste?", que por dentro tienes la seguridad de que te va a molestar.

Bueno, pues con esto de las charlas y conferencias estoy descubriendo el submundo de los "serebreves", una especie humana compuesta de individuos, preferentemente de sexo masculino, que van de charla en charla, de conferencia en conferencia, no para atender y adquirir nuevos conocimientos, sino para escucharse a sí mismos y dar la tabarra a la concurrencia cuando el moderador del acto comete el error de abrir el turno de preguntas. Porque no levantan la mano para preguntar, qué va; se arrancan con una perorata que no tiene fin con el único propósito de que alguien les escuche. Porque para mí que ni en su casa los escuchan. Y al final de la disertación, muchas veces más extensa que la del propio ponente, queda uno preguntándose "¿Qué ha dicho?", pues el palizón ha sido tal que el cerebro cerró hasta las contraventanas para defenderse.

Recuerdo con estupor a un asistente que, sin venir a cuento, nos castigó con una teoría de aprovechamiento de las minas como almacenes de residuos radiactivos. Que dicho así, pues habría durado la disertación no más de treinta segundos. Pero no, hasta que la idea se concretó, pasaron minutos, y más minutos, y vuelta para acá, y vuelta para allá, y los conferenciantes con los ojos en blanco, y el moderador como si estuviera sentado sobre un cactus, y el resto de los presentes con ganas de encerrarlo a él en una mina abandonada. Por no hablar del veterano político -y digo veterano porque hay testimonios que confirman que ya ocupaba cargos en tiempos del Favila- que levantó la mano y se dedicó a sí mismo un mitin para perplejidad de los inocentes asistentes.

Por favor, sean breves. Tanto si van a decir algo interesante como si es una tontería, no se alarguen. Por mucho que les cueste aceptarlo, a las conferencias se asiste para escuchar al conferenciante. Parece de cajón, pero se ve que aún así hay que explicarlo. Y la tabarra, dénsela al que quiera oírla.

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