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Velando el fuego

Momentos del vacío

La exposición de Gabriela García y el lenguaje oculto de la fotografía

Convencida de que algún día los recuerdos serán nuestra principal riqueza, pues disfrutar de los mismos es como darle la vuelta a la vida dos veces, la joven mexicana Gabriela García Ruiz, Licenciada en Artes Plásticas por la Universidad de Guanajuato en 2011 y en Artes Visuales en 2016, realizó, durante estos años, distintas exposiciones colectivas, obteniendo una mención honorífica en la convocatoria de "Estímulos 2013", e hizo, en 2015, una estancia de un cuatrimestre en la Universidad del País Vasco EHU, en Bilbao.

Sabedora de que la fotografía, al igual que el pincel y el lienzo, se ha convertido en una herramienta imprescindible para que muchos artistas expresen sus emociones, expuso hace días en el Centro de Creación Escénica Álvarez Novoa de La Felguera un conjunto de volúmenes paisajísticos, una textualidad tejida con los hilos de la memoria, en los que aún más importante que las cosas que se ven es, sin duda, el modo en que son vistas por la cámara. Cuando Gabriela se encontraba en México, tuvo la feliz idea de reunir las fotografías que había hecho durante su estancia en Llanes, a fin de formar con ellas una especie de diario, con textos breves, que le recordara las charlas que había mantenido con Guillermo durante esos momentos. Así consiguió fabricar una tesela de pequeñas piezas que le sirvió para dialogar en la distancia con la persona querida. Al mismo tiempo, convencido de que además de la destreza técnica, la fotografía es también un diálogo (establece una química especial entre las personas que participan en ese proceso), Guillermo le envió imágenes con textos que él consideró que habían marcado momentos importantes de su relación, sin que hubiera visto antes las fotografías de Gabriela. Quede la suposición, para su historia particular, de que, a pesar de encontrarse en latitudes bien distintas, ambos convinieron en que durante ese tiempo era preferible cerrar los ojos, convencidos de que así, en el fondo -o en el límite- este modo de obrar era lo mismo que hacer hablar a las imágenes en el silencio.

Un modo, pues, inteligente, de amortiguar los efectos de su distanciamiento físico, de conjurar la hidra de la soledad, que me recuerda unos versos de la excepcional poeta argentina Alejandra Pizarnik que forman parte de uno de sus poemas: Encuentro. "Ahora la soledad no está sola/Tú hablas como la noche/Te anuncias como la sed".

A buen seguro que cada artista y cada espectador tiene sus propios criterios a la hora de mirar fotografías y, además, intentar conseguir llegar a apreciarlas. Existen abundantes manuales al uso que pretenden ayudar en esa tarea, dirigir la atención del observador hacia el ángulo más apropiado. Desde quienes se dedican a recrear los perfiles de una composición inteligente (saber lo que se está haciendo: una fotografía borrosa o con grano puede ser buena), que consiga provocar una reacción en los estímulos visuales de quien juzga las imágenes, hasta quienes practican una suerte de entomología semántica sobre escalas, colores o movimientos. Y todo, a la postre, para convenir que una acertada fotografía es aquella que abre mundos, plantea interrogantes y puede ser evaluada por dos enfoques principales: su realización y el concepto que transmite.

Para disparar una foto necesito emocionarme, palabras de Cristina García Rodero que, en este caso, se cumplen a la perfección.

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