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La deuda con nuestros maestros de Morcín

La necesidad de recordar y homenajear a los docentes que dejaron huella en la memoria de sus alumnos

Hoy, como cada vez que paso por aquí, piso de nuevo mi infancia con las suelas algo gastadas del recuerdo. Ahora con la distancia que da el tiempo, los sentimientos solapan las sensaciones y la memoria de los primeros años del colegio. Aquellos miedos primerizos que invocaban a las mariposillas revoloteando en la boca del estómago ante la novedad de entrar por vez primera, el olor a nata de las gomas de borrar, los lápices recién afilados, el olor a nuevo de los libros en la mochila. El edificio que se antojaba enorme y que iba empequeñeciendo a medida que nosotros íbamos creciendo, y entre cuyos muros fuimos, sin duda, felices? Muchos son los detalles y matices que se han borrado por la distancia y el desgaste del tiempo pasado, que sin embargo sentó las bases de lo que ahora somos.

Echando la vista atrás, de entre esos recuerdos emergen nuestros maestros, con quienes siempre tendremos pendiente una deuda de gratitud. Es posible que nos haya costado entender su verdadera importancia, sin embargo, la huella que dejaron en nosotros permanece indeleble, ellos sirvieron de puente entre nuestra propia familia y la sociedad que nos esperaba y en la que luego crecimos.

Se ha escrito mucho, quizás no lo suficiente, acerca de la importancia de la educación y de la relevancia de la tarea educativa, pero no tanto de la impronta que dejan en el alumnado los profesores y las profesoras, los docentes. Ellos, además de proporcionarnos conocimientos para mostrarnos el mundo que nos rodea, sembraron las primeras semillas, los primeros valores y los primeros modelos de conducta que más tarde germinaron en los adultos que ahora somos. De las decenas de profesores que nos impartieron clase a lo largo de nuestra educación algunos perduraron para siempre en nuestra memoria y su recuerdo ni el tiempo ha sido capaz de difuminar. Fueron aquellos que consiguieron la conexión mágica entre el maestro y el alumno, los que llegaron al alma, los que traspasaron nuestra corteza y con la palabra justa y el ejemplo adecuado canalizaron nuestros talentos y sin los cuales jamás seríamos lo que somos. En cierto modo, todos llevamos la huella de un maestro impresa en nuestro interior. El profesor que nos enseñó a leer o a sumar con especial esmero, la maestra que nos tendió una mano cuando más lo necesitábamos, aquel que nos corrigió cuando íbamos por un camino que no llevaba a ninguna parte o quien supo ver en nosotros cualidades que ni siquiera nosotros conocíamos. Personas a los que no importó dedicar su tiempo libre para prolongar sus enseñanzas en actividades complementarias y extraescolares para organizar viajes educativos de varios días dedicándose a sus alumnos las 24 horas? Para poner lo mejor de sí en beneficio de nuestro futuro en aquellos momentos aún inciertos.

En resumen, ellas y ellos, muchos hoy aquí? Serios rigurosos, exigentes, pero tiernamente humanos. Que sirvan estas líneas para rendir a todos un justo homenaje en modesto pago de una parte de esa deuda de gratitud que jamás podrá ser saldada por entero. Docentes, pero sobre todo personas decentes que nos enseñaron mucho más de lo que contenían los libros.

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