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Desde la Meseta

Es noticia

"Persona muerde perro" y no al revés. Sin embargo fue transcendente para este periódico, LA NUEVA ESPAÑA, el que un octogenario que acostumbraba a pasear de Mieres a Rioturbio, fuese mordido por un perro suelto y, encima, el policía estuvo a punto de multar al agredido y no a la dueña del chucho "carnicero". Cosas que pasan y que yo también padecí en su día y, además, por partida doble. Les cuento.

Casi enfrente de mi casa había una agencia de transportes, en donde tenían un perro de dos metros. Les aclaro lo de los metros, porque yo tengo un amigo, poco amante de los perros, que los medía no por su longitud, sino por la distancia a la que podía lanzar un can dándole una soberbia patada. Así, un gran perro lobo, era un animal de medio metro, porque su peso y corpulencia impedía lanzarlo más allá de 50 centímetros. Sigo. El perro de los transportistas se llamaba Roky. Y Roky estaba siempre atado dentro del almacén y nosotros, los críos del barrio, llamábamos al perro para que ladrase.

Unas cuantas veces al día y con el fin de que hiciese sus necesidades, los dueños soltaban al perro y en dos ocasiones, valga la redundancia, "ocasionales", Roky me mordió a mí en los glúteos, vamos en el vulgar culo, quizá la parte más apetitosa para el animal, puesto que yo estaba gordito. Y, claro, se organizó el espolón, puesto que mis padres se quejaron y, al final, me cargué yo con la culpa, puesto que yo era uno de los críos que le tomaba el pelo, por así decirlo, a Roky. El susodicho no volvió a morderme más y les aclaro que a partir de entonces siempre fui amante de los animales, nunca les tuve miedo (si respeto), ni ellos a mí. Me arrimo a ellos, les acaricio y ellos mueven el rabo con satisfacción.

Lo siento por el señor de Mieres, pero la señora debe llevar atados sus perros, no sea cosa de que la noticia un día sea otra: "Perro mordido por una persona".

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