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Desde mi atalaya turonesa

El hombre que revolucionó a Turón

Un recuerdo al doctor José María Rodríguez Hevia, fallecido en 2010, al que el Ayuntamiento de Mieres debería dedicar una calle

Superado el 5.º curso en el Instituto "Bernaldo de Quirós " y con todo el verano libre por delante, un amigo (que ejercería años después como médico en Cabueñes) y el que suscribe, decidimos embarcarnos en nuevas experiencias como la asistencia a la vendimia en la Borgoña que era el destino de muchos estudiantes en aquella época de mediados de los años sesenta.

Pero esta aventura nos falló por estar completo el cupo cuando presentamos la solicitud y, entonces, sin más dilación nos enrolamos en la construcción de una nave en el barrio de La Peña donde yo ganaba poco más que para sufragar el viaje desde Turón en la línea de autobuses municipales. Tomamos tal decisión porque teníamos gran interés en conocer aspectos del mundo del trabajo, que ya suponíamos muy diferente del estudiantil, en el que estábamos inmersos casi todo el año. Transcurrieron las primeras semanas concentrados en aquellas labores con jornadas agotadoras. Casi de sol a sol. Con una hora para comida y reposo, únicamente, proporcionando material al albañil de turno destinado a levantar las paredes del edificio.

El caso es que este hombre no se surtía de ladrillos sino de unos bloques que había que poner a sus pies en un andamio cada vez más alto ejecutando un ejercicio combinado de flexión y resistencia de brazos, muy similar al que realizan los levantadores de pesos pero, al mismo tiempo, muy diferente. Aquello para nosotros no representaba una sesión de entrenamiento ni nada que se le pareciese. Hay que tener en cuenta que yo era bastante flacucho en esa época y aunque los bloques "solo" pesaban unos 35 kilogramos cada uno, aquello suponía una carga bastante mayor que los libros que a lo largo del curso transportaba diariamente al Instituto.

Para más inri, el condenado del oficial tenía concertado "a destajo" el levantamiento de las paredes del almacén mientras que nosotros cobrábamos "a jornal", vale decir, el precio mínimo. Yo me daba cuenta ya perfectamente de la injusticia que aquello suponía, pero era una época en la que no se podía rechistar porque, además, por no haber no había ni un sindicato decente que te apoyara. De todos modos, nosotros íbamos a pasar una prueba que nos mostraba la dureza del trabajo material y la explotación del hombre por el hombre, extrayendo de aquel ensayo una importante enseñanza, cual era la necesidad de obtener aprovechamiento del estudio durante el curso académico. Y todo ello en un momento de la vida -en plena juventud- en que la capacidad intelectual del individuo está a pleno rendimiento. Por cierto, que en el verano siguiente mi amigo volvió a emplearse dos meses, esta vez en las obras de la nueva carretera en el tramo Oviedo- Santullano y me rogó que le acompañase pero decliné la invitación pues yo tenía otros proyectos en la cabeza como era el dedicarme durante el periodo vacacional a impartir lecciones de Matemáticas que iba más acorde con lo que estaba estudiando en Oviedo.

Mas, durante algún tiempo, resonaron en mis oídos los gritos del encargado en aquella obra: "¡Estudiantes, más aprisa que Pichi no tiene pasta!" Pichi era el albañil, como comprenderá el lector, y la pasta era la masa de arena y cemento mezclada con agua que preparábamos en la hormigonera. Nos queda el voceras que se llamaba Gervasio. Pichi era una verdadera máquina que, como estaba interesado en ello, desaparecía los bloques del andamio como por encanto. Parecía que los engullía en el acto al igual que el gigante Polifemo hizo con algunos compañeros de Jasón cuando fue en busca del vellocino de oro. Gervasio, por su parte, era un ogro que no nos dejaba respirar ¡Vaya dúo¡. ¡Que Dios los haya acogido en su seno¡.

Con semejante panorama, nunca supe muy bien si fue debido a la insolación sufrida en aquel mes de julio en el que el sol lució con auténtica furia -aquéllos sí que eran veranos y no los de ahora- o, quizás, al ritmo endiablado de trabajo, inusual para mí, pero el caso es que me sentí indispuesto y tuve que solicitar la baja por unos días.

Cuando vino el médico a verme yo estaba en la cama y me recetó unos comprimidos, pronosticándome una pronta recuperación. Recuerdo que se interesó por mis estudios y fue mi padre quién le informó que yo hacía el Bachillerato "por Ciencias" con la intención de ingresar, a continuación, en la Universidad de Oviedo. Al tratar de pagarle la visita, aquel se cerró en banda totalmente: "No es nada. Cuando acabe la carrera-le dijo a mi padre- que me invite a una botella de champán". Este fue mi primer contacto con el doctor Jose María Rodríguez-Hevia. Lo cierto es que, primero por causas afectivas y, luego, por motivos profesionales, me alejé de Turón unos años y al finalizar mis estudios universitarios no hubo oportunidad para tal celebración. Sin embargo, desde los años noventa mi relación con el Valle ha vuelto a ser muy intensa y un día mantuve una agradable velada con aquel médico en el jardín de su casa ubicada en el barrio de Santa Marina. Era una tarde esplendorosa de verano, como aquel de 1964 que pasé en La Peña, pero esta vez estaba a la sombra confortable de un sauce y en aquella entrevista le requería información sobre sus años de actividad a favor del Valle para un libro que estaba preparando sobre Turón.

En los prolegómenos, le rogué me disculpara por haberme olvidado en su momento de aquella "invitación con burbujas" de tiempo atrás, pero él le restó importancia al hecho afirmando que no recordaba tal circunstancia. "Lo verdaderamente importante es que hayas terminado la carrera", respondió. Esta conducta retrata al personaje y refleja su aspecto humano. Aquel día me aportó algún dato desconocido para mí sobre la apasionante aventura que había protagonizado en la década anterior.

Haciendo un poco de memoria, hay que recordar que el Valle siempre había sido tratado como el hijo pobre del concejo cuando uno de los grandes beneficiados de las minas de Turón fue siempre el Ayuntamiento de Mieres. En vista de ello, tan pronto como soplaron los primeros aires de libertad, desaparecida la dictadura, surgió un movimiento ciudadano que pretendía contrarrestar la degradación del medio ambiente después de muchos años de actividad extractiva y de abandono por los organismos públicos. Se trataba de la "Asociación para las Mejoras del Valle de Turón", constituida en 1977, cuyo inspirador y primer rector fue precisamente el Dr. Rodríguez-Hevia. La agrupación que llegó a superar los mil socios en pocos meses, se puso manos a la obra y comenzó a acometer multitud de pequeños trabajos pero tan determinantes que iban a mejorar de forma notable el hábitat del Valle (desaparición del cuello de botella de la Cuestaniana, mejora de las curvas de la carpintería en La Cuadriella y de la confitería con sus correspondientes aceras, etc.).

Al tiempo, se trabajaba sobre otros proyectos de más envergadura y en 1982 se inauguraron unas magníficas piscinas en "la llosa del Fabar" que tantas alegrías habrían de dar tanto a los jóvenes como a la gente menuda en los veranos siguientes. Pero el Dr. Rodríguez-Hevia estaba llamado a empresas mayores y sus continuas entrevistas con el alcalde Álvarez- Buylla y con el director de Hunosa y amigo personal suyo, el ingeniero Felgueroso, van dando sus frutos. Una de tantas asignaturas pendientes era el arruinado barrio de San Francisco, tantas veces prometida su restauración y otras tantas olvidada. Primero se habló de remodelación; luego se apostó por su derribo para construir uno totalmente nuevo.

Aquello no fue un camino de rosas pues tuvo que luchar inicialmente contra la incomprensión del Ayuntamiento, pero después de incontables gestiones en Mieres del Camino, en Oviedo y en la misma Villa y Corte, se consiguió que 350 nuevos hogares sustituyeran a los 180 del viejo poblado lo que supuso una inversión de muchos cientos de millones de pesetas de la época para Turón, fijando así un importante sector de población y evitando la desertización del Valle en un momento en que la industria hullera iba a cerrar sus puertas.

Como colofón se lograría aprobar la remodelación de la carretera principal desde Figaredo a Urbiés y desde su marcha en 1990, por problemas de salud, ya no se volvería a hacer nada importante en Turón. Por eso queremos remarcar para concluir esta apretada síntesis que nadie como él, por su obra gigantesca, es merecedor al nombre de una calle en nuestra tierra.

Nosotros, desde estas líneas emplazamos a la actual Corporación para que dé ese paso que otros no quisieron realizar. Seamos generosos y olvidemos las diferencias ideológicas que torpedean el entendimiento de las personas y el desarrollo de los pueblos. "Calle del Dr. Rodríguez-Hevia". En la circunvalación o en el barrio San Francisco, eso es lo de menos, mas de ese modo habremos saldado una cuenta pendiente con el pasado más reciente de nuestra historia.

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