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Velando el fuego

La última costura

El informe británico que confirma la campaña montada para invadir Irak en 2003

Todas las personas, en mayor o menor medida, nos hemos interrogado en alguna ocasión sobre los límites de la condición humana. A qué especie pertenece ese padre o madre que es capaz de deshacerse, y no del mejor modo, precisamente, de sus hijos; ese barón que maltrata, mutila y mata a su pareja o expareja; ese caníbal que se merienda a un amigo durante la cena; las especies y subespecies de torturadores como hay en el mundo? y así infinidad de casos.

Cuando sale este tema, siempre pongo un ejemplo que me parece estremecedor, como pocos de los que he tenido noticias. Un carcelero nazi, ante los insistentes ruegos de una madre por saber el paradero de su hijo, un día le dice: "ven, que te lo voy a mostrar". Entonces abre una perola y le da un tenedor para que pruebe un trozo de la carne guisada que se acumula en su interior y que forma parte de los restos del hijo por el que lleva tanto tiempo preguntando.

Ante semejante infamia, es lógico preguntarse por la piel que recubre a quienes son capaces de envilecerse de ese modo. Lo peor de todo es que basta con asomarse a las páginas de un diario, escuchar las noticias de la radio o sumergirse en el plasma televisivo para darnos cuenta de que vivimos en un mundo en el que la insensibilidad (y eso en el mejor de los casos) es una planta que no deja de crecer por todas partes.

Sin ir más allá, LA NUEVA ESPAÑA daba cuenta estos días del informe de un alto funcionario británico, después de siete años de investigaciones, en el que se acusa a Blair de invadir Irak sin agotar las vías pacíficas. (Aclaro que dicho informe no tenía como fin procesar ni recomendar procesamientos). Y tal parece, según se hace constar en los principales diarios madrileños, que Blair y el entonces jefe del Gobierno español José María Aznar habían pactado en febrero de 2003, un mes antes de la invasión, una estrategia de comunicación para mostrar que "estaban haciendo todo lo posible para evitar la guerra".

Si la noticia no fuera tan infausta, podríamos representarnos un cuadro de Caravaggio, "Los Tramposos", en el que se describe una partida de cartas en el que un pícaro (dos en la realidad) engaña a los ingenuos que hay alrededor. Si bien, en el caso de los dos mandatarios europeos, la picaresca iba salpicada de regueros de sangre: la invasión y el posterior conflicto provocaron cerca de 500.000 muertos. (La mayor parte de dichas muertes se debieron directamente a la violencia: sobre todo de disparos, coches bomba y explosiones). Por lo que respecta a la población infantil, basta con cotejar algunas estadísticas suficientemente esclarecedoras: 125 muertes de menores de 5 años por cada 1.000 niños en Irak; mientras que en Estados Unidos es sólo el 7 por cada 1.000.

Que alguien pueda dormir ocho horas seguidas, levantarse de la cama, probar un buen desayuno y ensayar una sonrisa en el espejo después de semejantes atrocidades pareciera que forma parte de otra galaxia. Pero, por desgracia, no es así. El Museo de los horrores continúa creciendo día a día, a nuestro lado. Y por lo visto hasta ahora, aún no hemos encontrado esa última costura que pueda cerrar el pavoroso ciclo que nos amenaza. Saber cómo hacerlo, sería tanto como conseguir el más excelso Premio Nobel de la Paz que hubiera existido alguna vez. No perdamos la esperanza.

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