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Dando la lata

Comienzo del fin

Estamos en regresión. Es un hecho, el síntoma más evidente de que Occidente se está debilitando tanto que acabará cayendo más pronto que tarde. Como ya sucediera con otros imperios. El dominio y la superioridad llevan al relajo, a la búsqueda del confort por encima de todo, a la renuncia a cualquier tipo de esfuerzo. Un perro gordo deja de proteger la valla por la que se está colando el enemigo que nos va a echar abajo, aliado con la quinta columna que ya habita entre nosotros.

Hemos perdido los valores morales, nos da igual casi todo con tal de que no nos falten las comodidades. El arte ya no es arte; el declive cultural es evidente; educativamente hemos caído en un pozo; no triunfan los referentes fundamentados en el trabajo, el esfuerzo, la tenacidad; casi nadie está dispuesto a ayudar, a hacer algo por el prójimo. Días atrás recorrí "la calle'l viciu" siguiendo a un grupo de chavales, escuchando sus conversaciones, observando sus modales, su forma de caminar, de vestir, de relacionarse. Fue la visión del retorno al australopiteco, pero con un móvil en la mano. Es más que posible que estemos asistiendo al comienzo del fin de este imperio con sobrepeso. Los que están fuera tienen mucha hambre atrasada y, algunos, muy malas intenciones. Y nosotros ya no estamos en condiciones de defendernos. Qué pereza. Y, además de por las causas propias del bienestar económico, ahora comenzamos a morir como corderos en una playa, en una iglesia, en un tren, en una discoteca, en un centro comercial. Desprevenidos, desarmados, incapaces de reaccionar ni de protegernos.

A pesar de las advertencias, de los indicios y de todo lo que ya sabíamos, consentimos que buena parte del ejército invasor se instalara en el sótano de nuestra confortable casa. ¿Que no se integran? Pues que no lo hagan. ¿Que no asimilan nuestros valores de libertad y tolerancia? Bueno, pues qué le vamos a hacer. ¿Que nuestras leyes no son las suyas? Cosas de la diversidad. Y mirad ahora el lío que tenemos dentro. "Utilizaremos vuestra democracia para acabar con vuestra democracia", decía aquella inquietante pancarta. Y lleva camino de ser cierto mientras el perro gordo sigue dormitando.

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