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Velando el fuego

Por el mismo rasero

La permanencia de los símbolos del franquismo y de la represión de la Guerra Civil

Repartir cuotas de culpa por igual ha sido siempre un método idóneo para quienes gustan de no nadar en las profundidades, no sea que acaben arrastrados por alguna corriente. De este modo, el nivel de las aguas de flotación se mantiene siempre equilibrado, sin que haya forma de saber la densidad de cada uno de los procesos sólidos, líquidos y gaseosos que las conforman. Ni aceites a baja temperatura ni grasas en convulsión, todo forma parte del mismo horno.

Un método que, sobre todo, ha tenido su mejor aplicación en los procesos bélicos, cuando de atribuir méritos o restar merecimientos a los contendientes se trata. Por ello, y dado que determinadas ideologías están especializadas en un sistema de creencias que no va más allá de sus propios intereses, hay expertos en taponar fluidos, sobre todo si éstos surgen de algún manantial cercano. Y por lo mismo, daría igual -entre tantos otros ejemplos que se podrían citar- que se trate de unionistas o de confederados en la guerra de Secesión (los primeros eran abolicionistas mientras que los del sur eran partidarios de la esclavitud), si nos empeñamos en mantener que ambos bandos dirimieron sus disputas a tiros.

No hace falta pasear mucho por las hemerotecas para darse cuenta de que este intento de falsificación (una verdad que ni siquiera lo es a medias no es más que una mentira disfrazada) se asoma a diario al balcón de nuestra guerra civil. Unos y otros, nacionales y republicanos, se repite con cierta frecuencia, cometieron desmanes y, por tanto, ambos quedan reflejados en el espejo con la misma estatura. Nada importa, a quienes sostienen esta tesis, que mientras la represión franquista fue desde el principio una represión de Estado, institucional, la republicana fue debida a acciones incontroladas, aprovechándose del vacío de poder provocado por la sublevación fascista. En realidad, lo único que importa no es, precisamente, medir el grosor de las aguas, sino, por el contrario, echarle una solución de cloro que asegure una mezcla conveniente.

Hace unos días, y con motivo de la aplicación de la ley de Memoria Histórica en la ciudad de Oviedo, leíamos en este mismo diario frases de expertos en la materia que "piden al gobierno que suavice su plan para borrar la herencia franquista"; que "hay que tener altura de miras"; que "no hay que negar el pasado" (sic); o incluso que "hubo actos heroicos y tragedias en ambos bandos." Si como se dijo, en Italia y en Alemania no sería objeto de debate la degeneración del fascismo o del nazismo, cabría preguntarse qué motivos existen para que en nuestro país no ocurra igual. ¿O acaso es posible pensar, de un modo objetivo, que la responsabilidad histórica ocupa las mismas páginas en cada uno de los bandos que intervinieron en la contienda?

Lo más preocupante, en este caso, no son los debates interesados que se están produciendo, sino sus efectos a un plazo no muy largo. Si desaparecen las fuentes orales, tendremos que conformarnos con los documentos escritos. Y me temo que las futuras generaciones, ésas que ya asoman a la vuelta de la esquina, se encuentren con testimonios sobre la guerra en los que todos los actores tengan un tamaño parecido. De igual estatura, de tez similar, con los ojos girados en ambas direcciones y de corazón más o menos bonachón o antipático. Pero, en todo caso, agrupados en torno a la misma cadena genética.

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