Esta historia, verídica por supuesto, data de hace muchos años y, sobre todo, de cuando nuestras madres eran las administradoras del hogar, qué tontería, como ahora, ¿verdad?
El hijo entregaba a su madre la paga y ella hacía los apartados oportunos para la mejor administración. Más el chaval tenía ganas de tener una gabardina y sin contar con el consenso de su progenitora, según cobró, fue a la tienda y se compró la extraordinaria prenda.
Cuando llegó a casa se la enseño a su madre, la cual, aunque disgustada por no haber contado con ella, de momento callo la boca y nada reprochó a su hijo.
El mozo se fue a dar una vuelta y de paso a estrenar la chuleta prenda. Y, claro, tanto paseo "enseñando" la lúcida prenda, que llegó más tarde aquel día a casa.
Su madre, como era costumbre, debía dejarle la cena en el horno. Así que una vez que se descalzó y se desprendió de la ropa de calle, se dirigió a la cocina, abrió la puerta del horno y..., allí nada había. Entonces voceó: "¡Madre!, ¿la cena?". A lo que ella respondió desde la cama, donde ya estaba acostada: "¡Come gabardina, fíu, come gabardina!".
Hay que ver cómo acaban las historias caseras y sobre todo con lecciones administrativas puras y duras.