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Desde mi Mieres del Camino

De prejubilado a desinteresado jardinero

El eslovaco Lubomir Jankovic cuida las zonas verdes de Santa Marina

¡Oiga! Que me cuesta trabajo y a la vez se me hace la boca miel al enfrentarme con un reportaje de alto voltaje (no es pareado). En este mundo traidor, abrasado por las claras tendencias materialistas, no es fácil encontrar un hecho tan sencillo y al mismo tiempo tan aleccionador. El barrio de Santa Marina de Mieres tiene su propio y a la vez desinteresado jardinero que cuida con esmero y voluntad meridiana alguna de sus principales zonas verdes, donde, merced a su disposición, lucen racimos multicolores de flores y rosas como adornos ideales de la propia naturaleza.

Y el caso es que, ¡oiga!, no se trata de ningún vecino nacido en la villa de Teodoro Cuesta, ni siquiera de un habitante del barrio con etiqueta de asturiano. Si luce la de español es porque, a base de especiales circunstancias de su vida, alcanzó esta nuestra nacionalidad, pero su nombre lo dice todo. Se trata de Lubomir Jankovic, que, un día ya lejano, llegó de la escindida Eslovaquia para sentar sus reales en la cuenca minera del Caudal. Pero? dejémosle que nos cuente su personal peripecia de propia voz, porque, dicho sea en tiempo y forma, habla el castellano con toda nitidez.

"Hace veinticinco años que me vine con una empresa de maquinaria, de etiqueta estatal, subcontratada, para las zonas mineras de Asturias, trabajando con una de esas operadoras en los pozos de Pumarabule, Carrio, Santiago, Nicolasa y Montsacro. Luego ocurrió lo inesperado, me enamoré de una bella y simpática mierense, casándonos en el año 2000, y aquí estoy en este estupendo barrio de Santa Marina de Mieres. Como es lógico, pensando que ya no me moveré mucho de mi actual hogar, solicité la nacionalidad española, que es la única que tengo en estos momentos. No hay niños de la unión, pero sí tenemos dos perritos que nos hacen mucha compañía...".

Pues, nada, que aquí tenemos a Lubo -abreviatura de su nombre de pila-, que con anterioridad se había marchado de su casa y de su patria, en la antigua Checoslovaquia, a los 14 años, para estudiar la mecánica especializada que le abriese camino laboral. Pero antes, por pura obligación de su tierra natal, fue llamado a filas, y en la popular mili se dedicó a conducir los famosos carros de combate T-55-M rusos, licenciándose como sargento de primera, jefe de carro. Y después, con su macuto a cuestas, a la búsqueda de labor que, a través de la subcontrata empresarial, le enviaron a tierra alemana, donde estuvo poco tiempo porque "aquello no me gustó mucho" y pidió "billete" para España con la misma empresa que, posteriormente, junto con el personal, fue adquirida por una entidad estatal española. Y a laborar por los rincones del subsuelo asturiano propiedad de Hulleras del Norte, S. A.

Así vino lo inesperado. Conoció a Irene Montenegro, hija de Manuel, un andaluz de Ronda llegado a estos lares cuando la gran concentración en torno a los años finales de los cuarenta, y tras unos años de noviazgo deciden adquirir entre ambos una vivienda en la calle Severo Ochoa para finalizar con la boda, el sello de español y a integrarse plenamente en un entorno ya conocido, hasta tal punto -y aquí viene la singularidad del personaje- por su inclinación a conservar el marco habitable en condiciones agradables. Un día Lubo se compró una hoz (lo del martillo debió quedar para atrás porque, según dice, él vota a Izquierda Unida), y comenzó su labor de limpieza de la zona trasera de su casa, la que enseguida mejoró llamando la atención del resto de los vecinos. Él había aprendido la labor de jardinero con un señor asturiano muy mayor que le había enseñado a tratar las plantas. Cierto día una vecina le dijo: "Oye, Lubo, tienes muy bonita la zona tuya, pero... ¿y lo nuestro?". Y allá se fue el hombre, con sus utensilios al hombro, dispuesto a una ampliación de toda la zona posterior del barrio, donde no hace mucho la Asociación "Guajes de Santa Marina" plantó una especie de monumento recordatorio en torno a la figura del emigrante.

Circunstancias de la vida, ¿quién mejor que un emigrante, llegado de lo que en su día se señalaba como el "telón de acero", para cuidar el escenario donde se exalta la figura que él representa, a todas luces, mejor que nadie?

Pero, claro, como es lógico, aunque hoy día en la barriada la gente ya lo conoce como el "jardinero de Santa Marina", Lubo tiene sus teorías y filosofías, que en su definición pueden chocar con lo burdo, pero que, en realidad, responden a certeras definiciones. "El barrio donde yo vivo lo cuido porque me gusta tenerlo guapo. Antes, cuando trabajaba de noche, al acostarme regaba las plantas. Y esto me hace sentirme muy español, aunque he de decir que no paso por eso que piensa mucha gente de que 'donde pago, cago'". En fin, más explícito no se puede ser.

La vida de Lubomir Jankovic en Mieres tiene hoy día y ya desde antes de su prejubilación, el objetivo de ver crecer las flores, de tener limpias las zonas verdes de una buena parte de la barriada de Santa Marina y de gastarse sus buenas perras para mantener esa especie de "vicio". Claro que lo compagina perfectamente con el cuidado de sus dos perritos, afición que comparte con su esposa. A ambos les gusta viajar y lo hacen con cierta frecuencia por Asturias, Castilla y León y por las Rías Baxas gallegas en busca del agradable sabor del albariño. Es asiduo de la Bodeguina de la calle Aller en Mieres y asiste con frecuencia a los conciertos de la hija de un amigo checo, casado también con una española.

Claro que, ¿le quedan a Lubo restos de cierta nostalgia por su tierra de nacimiento? Él dice que no, aunque reconoce que allá en la otra parte del telón, cuando aún Eslovaquia pertenecía a la "Checos", se crió, estudio y realizó la mili, y nunca le faltó lo necesario para vivir dignamente. Y es que, según sus propias palabras, el país estaba en la cumbre de las naciones comunistas. En definitiva, que nunca pasó hambre y vivía bastante bien. Pero, claro está, deseaba abrir alas y conocer otros ambientes. Esa tendencia le trajo aquí, pese a que sus padres tenían una cooperativa agrícola. Y como él bien dice, me vine aquí y me enamoré?

En una fecha aciaga, vivió un hecho traumático, cuando cuatro de sus compatriotas, compañero de labor, murieron en el trágico accidente laboral del pozo San Nicolás de Hunosa. Precisamente él se salvó de aquella tragedia, porque unas fechas antes lo habían cambiado para el Pozo Santiago de Aller.

En fin, que Santa Marina tiene su hombre singular. Nada menos que un extranjero de más allá del telón de acero, que hoy resulta ser español por los cuatro costados. Para más inri es muy aficionado a la pesca, especialmente de la carpa, pero, afirma categóricamente "sin muerte", estuvo afiliado a ,a Asociación de Vecinos del barrio, y es una delicia hablar el español con él, porque, según afirma "tengo en casa una gran profesora, que es mi mujer, a la que por cierto, la conocí en una cafetería que creo se llama La Cúpula".

La asturianía y el duende religioso tampoco están ausentes en el sentir de Lubo. Con la ayuda de algunos de sus compañeros de trabajo, logró, en el patio posterior de su casa, un pequeñísimo pero expresivo "santuario" en honor de la Santina de Covadonga, rodeado de la expresión natural de la región, en forma de ramas y flores. Allí los vecinos cercanos van depositando pequeños recuerdos religiosos y permanece viva, todo el año, la llama de una vela, como detalle de una expresión sentida.

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