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Dando la lata

El móvil

Ella se pasa la servilleta delicadamente sobre los labios y se pone en pie despacio y con gracia, con movimientos estudiados y sugerentes, sin desviar la mirada del chico sentado frente a ella. Él la observa embelesado, hipnotizado, atrapado por la belleza de su amada. Ella se aleja con un contoneo pizpireto sin perder de vista los ojos del muchacho, que la sigue sin parpadear. Segundo y medio después, cuando ella sale de la escena, él se precipita sobre el teléfono móvil que reposa junto a la taza de café. Y comienza a manipularlo compulsivamente, con movimientos de los dedos casi eléctricos. Entra y sale de facebook, twitter, instagram, wasap; chatea a ritmo vertiginoso, se hace un selfie y lo envía. Ella retorna y él devuelve el móvil a su posición inicial, junto a la taza de café. Sólo tiene ojos para su chica, aunque no puede evitar que la atención se desvíe furtivamente hacia la pantalla del artilugio.

En el parque Sempione veo decenas de chicos que no levantan los ojos del móvil. Al cabo de un rato de observar tan extraño comportamiento caigo en la cuenta. Están cazando los pokémon.

El otro día, una conocida me confesó que si le robaran el móvil sería como si le robaran la vida. Así de grave. Porque su vida, o lo más importante de ella, está contenida en el móvil.

Qué invento tan útil y qué estado de dependencia tan preocupante hemos desarrollado. Si te quedas sin batería, si no hay cobertura, si no va la wifi, si se cae twitter, si no puedes mandar ni recibir wasaps, motivos todos de honda preocupación, reveses vitales del calibre de una enfermedad de gravedad media. Y como el problema sea la avería o defunción del terminal, eso ya son palabras mayores, un trance existencial de lo más duro que se puede sufrir.

Escribo estas líneas punteando sobre el teclado del móvil, para que no se me olvide que acabo de ver a una chica rezando en una iglesia al tiempo que chateaba. Igual era con él. Por si me falla la memoria, lo guardo en el móvil.

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