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Velando el fuego

La fraternal cofradía

La labor altruista de las personas que ponen su esfuerzo y su talento al servicio de la sociedad

No parece difícil ponernos de acuerdo en que lo que se califica como la actualidad: elecciones políticas, resultados de fútbol o cualquier otro acontecimiento que se despliega a diario en los medios de comunicación consume la mayor parte de nuestras energías. Quién no está pendiente de las distintas cábalas que se hacen en estos momentos para formar gobierno, o de los fichajes de nuestro equipo favorito que, por lo común, siempre van muy lentos, o de si la prima de riesgo o la sobrina de Montoro ya han apaciguado algo sus ánimos.

Nos hemos convertido en una parte del espectáculo, más o menos cómico o dramático según los casos, y, aunque de manera casi siempre pasiva, gustamos de zambullirnos en sus aguas y de comentar lo que sucede en el interior. Somos, pues, los perfectos consumidores, a los que se les ofrece la ocasión de degustar, siquiera en la distancia, una ración escasa de un producto que las más de las veces se alojará en otros receptáculos distintos a los nuestros.

Mientras tanto, en el lado opuesto de los focos, en esa trastienda destinada a los artistas menos fulgurantes en la pantalla, pero no por ello menos importantes en la realidad (más bien me atrevería a asegurar lo contrario), transcurren a diario episodios diversos que hablan bien a las claras de la nobleza de quienes los protagonizan: el bombero anónimo que arriesga su vida; los voluntarios de tantas asociaciones benéficas que se desvelan en el cuidado de enfermos y personas desvalidas; los médicos que dejan la comodidad de su consulta para prestar su ayuda a las víctimas de desastres naturales o humanos y de conflictos armados, sin discriminaciones de ningún tipo?. Sin olvidarnos, entre tantos otros, del chigrero que nos atiende amablemente mientras nos escancia un culete de sidra; del conductor que al subirnos al autobús nos muestra su gesto afable; del encargado de la ventanilla de cualquier organismo que nos hace más liviana la pertinente consulta, entre tantos otros casos parecidos.

Y, cómo no, hay también quienes prestan a diario su voz y su sonrisa sin más justificación que su apasionada militancia por la vida, lo que significa también un compromiso con los demás. Pintores que donan sus obras sin más interés que el aprovechamiento colectivo; poetas que no dudan en recitar sus endecasílabos en cualquier lugar siempre que ello contribuya a fomentar un ceremonial de conjuro, un lenguaje que tiende al límite de la imaginación; cantantes que como solistas o en grupo nos ofrecen, de una forma desprendida, lo mejor de su repertorio. Todos ellos forman parte de una fraternal cofradía que se empeña en hacerse oír en un mercado donde los principales valores a considerar son aquellos que producen una rentabilidad medida en términos económicos. Y a ser posible que se materialice de una forma más o menos inmediata.

De entre los integrantes de esa maravillosa hermandad no quisiera dejar de referirme a una persona entrañable y solidaria como pocas, siempre dispuesta a entregar lo mejor de sí misma, como es May, cantautora langreana y profesora de música, a la que basta con oír cantar (entre tantas otras) "las simples cosas", de Mercedes Sosa, o "Al alba", de Aute, para darnos cuenta de que el mundo sería un poco peor si no existieran personas tan bondadosas y altruistas como ella.

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