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Dando la lata

¿A quién votar?

Lo cierto es que un servidor se halla en una situación de esas en que lo mismo me da que me da lo mismo. Porque no está en mi mano ni en mi voto el desatasco de la constitución de un nuevo gobierno. Se voten dos, tres o tres mil veces, voy a mantenerme en mis trece de no optar por ninguna de las formaciones mayoritarias. Porque no me gustan. Porque no me fío de ellas. Y como no tengo a quién votar de entre los aspirantes, por mí la situación puede quedar como está hasta que llueva hacia arriba. Al PP, y a Rajoy, ni de broma, pues tengo el convencimiento de que la corrupción es el elemento esencial de su sistema circulatorio y que, por más compromisos que se firmen, lo de la limpieza y la regeneración lo aparcan a la primera de cambio. Y el vergonzoso episodio de Soria y el Banco Mundial es buena prueba de ello. Por su parte, Sánchez me parece un político de bajísimo nivel y al PSOE no lo voto por principio. Fueron tales sus mentiras, incumplimientos y canalladas justo en ese delicado momento de la vida en que se está cociendo tu receta, de la que has de alimentarte en adelante, que ni perdono ni olvido. Me lo tomo como algo personal. De Podemos es posible que algo de lo que proclama me suene bien, pero lo preocupante es lo que piensa. Mi sentido de la libertad colisiona frontalmente con su discurso, no el de hoy, sino el de tres, cuatro, cinco años atrás, cuando Iglesias y compañía decían lo que tenían en la cabeza. Y mucho me temo que, por más que los mensajes han ido dulcificándose, el sustrato permanece inalterado. Y no puede estar más alejado de mi visión de la vida. Y, por último, Ciudadanos, que es como un café descafeinado con leche desnatada y sacarina. Ni es café ni es nada. Y, el personalismo de Rivera, pan sin sal, acabará condenando a su formación a la irrelevancia, como sucede con todos los partidos colgados del liderazgo de un individuo.

En consecuencia, que me convoquen las veces que quieran. Por mí?

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