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Velando el fuego

Raíces profundas

Lo artístico y creativo de las obras y oficios artesanos

Ha pasado bastante tiempo desde que la división del arte se hacía en base a criterios canónicos, según los cuales sólo gozaban de la consideración de artistas, con mayúscula, quienes se dedicaban a la pintura, literatura, escultura y arquitectura. El resto, los denominados artesanos (muchas veces con sentido peyorativo), tal parecía que estaban muy lejos de poder acceder a esos círculos selectos. Sin embargo, y a modo de ejemplo, hoy basta con unas simples tablas para que el tallista vuelque su talento creativo para conseguir una verdadera obra de arte. Lo que significa que, por fortuna, el término de artes menores, para referirse a lo que ahora denominamos como artes decorativas, está bastante superado. Y que, en su caso, si bien es cierto que una talla de madera no introduce elementos de tipo narrativo como lo pudiera hacer la pintura, no por ello deja de ser un arte con componentes abstractos que, jugando con las formas, da lugar también a un estilo.

Y a eso habría que referirse cuando se trata de valorar la exposición que estos días, y hasta el 15 de octubre, ocupa uno de los espacios del Centro de Creación Escénica Carlos Álvarez- Nóvoa, de Langreo. Su autor, Alfonso Bretones, natural de Tudela de Veguín y con residencia en Langreo, plasma en las distintas obras un estilo propio, un modo peculiar de conjugar las formas valiéndose para ello de un extraordinario esfuerzo imaginativo (pasear por el monte, escoger determinadas raíces -casi todas de castaño- y, a partir de ese momento, intuir una variedad de formas: aquí una boca, más allá una pata?, significa abrir la puerta de la imaginación para desembocar en un mundo mágico). Lo que conlleva una mezcla de ingenio, creatividad y fantasía que, a la manera de un caballo desbocado, puede llegar hasta los rincones más insospechados. No en balde se ha dicho que la imaginación, además de libre como los pájaros, es tan inabarcable como el mar.

En pocos casos, como en el de Alfonso, se hace tan evidente la frase "de tal palo tal astilla". De la madera de su abuelo ("madera verde" le denominaban, ya que no daba tiempo a que la madera secase, pues necesitaba hacer lo más rápido posible los encargos: camas, mesas, carros, ataúdes?, si quería satisfacer las necesidades del estómago), y también después de la de su padre, fue naciendo en él el gusto por la talla, o lo que es lo mismo, la afición por las obras de escultura en madera.

Y al igual que los verdaderos artistas, para los que el camino no está siempre empedrado con los mismos materiales, Alfonso fue deslizando su destreza desde los trabajos de talla con tronco, de carácter más costumbrista: plazas castellanas, casas con decoración asturiana o bastones, entre otras, hasta los más actuales de talla con raíces, un tránsito que queda perfectamente señalado en la exposición a la que nos referimos, que, por cierto, es la segunda que realiza (la primera tuvo lugar en Zamora). Y baste decir, para quienes crean como Charles Chaplin que "El tiempo es el mejor autor; siempre encuentra un final perfecto", que algunas de las obras expuestas tardaron más de seis meses en ver la luz, un síntoma inequívoco del rigor y la minuciosidad que acompaña a Alfonso cuando trabaja.

Cuál sea el sentimiento que acompaña a los artistas cuando dan por finalizada su obra pertenece al imaginario particular. Satisfacción y placer pueden ser algunos de esos ingredientes. En todo caso, las raíces esculpidas destilan pericia y ternura a un tiempo. Lo que no es poca cosa, precisamente.

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