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Velando el fuego

Tambores de guerra

De la crisis del PSOE a la polémica de la Virgen del Carbayu

Sin necesidad de estirar mucho las orejas escuchamos estos días dos ruidos que penetran fácilmente en nuestra realidad, al modo como pudiera hacerlo un cuchillo cuando traspasa un bosque de nata. Por lo que respecta a uno de ellos, velado por un halo místico, cual es la problemática surgida en torno al traslado de la Virgen del Carbayu que se encontraba en el Ayuntamiento de Langreo, creo que pocas líneas se podrían escribir con más acierto que las que firmó en este mismo diario el amigo y colaborador habitual José Manuel Barreal, cediendo su pluma a la Virgen para que ésta, en un ejercicio de sensatez, nos recordara a todos que su lugar no está en un edificio público, alejado del fervor de sus fieles, sino en los espacios que desde siempre se dedicaron al culto de las imágenes. Por ello, resulta muy difícil de poner en correspondencia el alivio que sintió la Virgen cuando, por fin, fue trasladada a su casa natal, y la barahúnda que desde entonces no deja de sonar por todas las esquinas del concejo. Salvo que se pudiera sospechar que detrás de tantas aguas pías lo que exista en realidad sean algunas corrientes subterráneas más preocupadas por nadar en otra dirección.

En cuanto al segundo de los ruidos, que afecta a la problemática surgida en torno al PSOE, quizás sea bueno hacer un pequeño viaje en el tiempo para llegar hasta el momento en el que se comenzó a construir esa montaña que ahora se ha venido abajo. (Echarle la culpa de todo a Pedro Sánchez, recién subido al furgón, es tan interesado como falso a la vez). La crisis de las socialdemocracias europeas, y por lo mismo la del PSOE de nuestro país, es la consecuencia de un grave error de cálculo: no haberse dado cuenta de que, a pesar de sus esfuerzos en las tareas de acoso y derribo al comunismo (como un aliado del Capital y de todos sus recursos), a la larga acabarían también siendo hostigadas por las oligarquías del mundo, que ni siquiera son capaces de respetar unas mínimas reglas de juego: pequeñas reformas, casi todas de carácter asistencial, aunque nunca pusieran en riesgo sus intereses económicos. De este modo, se fue construyendo una montaña arcillosa, con pies de barro, a la que no resultaba difícil aventurar que acabaría despeñándose. A pesar de los intentos por encontrar un pegamento adecuado, como fue la Transición (¿cómo es posible creerse de verdad que podría tener efectos sanadores cuando lo único que existió fue una muda de piel, una adaptación interesada por parte de quienes tenían -y aún detentan-, los principales mecanismos de poder?), el bloque continuaba desintegrándose, convertido ya en una entelequia denominada régimen del 78, que no garantiza ni la integración en él de la diversidad territorial ni las expectativas de buena parte de los sectores populares y de las clases medias depauperadas. Bastó un tímido intento de poner en marcha un gobierno progresista para que se produjera la respuesta de quienes, desde las cumbres del partido, hace tiempo que comparten posiciones de prestigio y de poder con las élites que controlan los recursos de nuestro planeta.

Quede para la poesía si tras el derrumbe pueda producirse el nacimiento de una flor. En todo caso, es tiempo de repensar entre todos cómo se consigue evitar el crecimiento de otra montaña de barro.

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