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Francisco Palacios

Pasado imperfecto

Francisco Palacios

Las imperiosas razones del hambre

El levantamiento de campesinos en Casas Viejas, en el año 1933, que acabó en una matanza

En los primeros días de 1933, un grupo de anarcosindicalistas del pueblo gaditano de Casas Viejas, creyendo formar parte de un levantamiento (fallido) en todo el país, asalta el cuartel de la Guardia Civil: su objetivo era implantar el comunismo libertario que les permitiera redimirse de sus miserables condiciones de vida. Siete horas estuvo la población en manos de los rebeldes. En la refriega del asalto murieron un guardia y un sargento.

Casas Viejas tenía entonces unos dos mil habitantes, la mayoría de los cuales eran campesinos subyugados por un hambre y una miseria seculares. Vivían en chozas de una sola habitación, con piso de tierra y paredes de barro y ramas secas, cubiertas de techos de paja. Sin apenas enseres. Esclavos de una pobreza extrema. Con amarga resignación, un padre de familia contaba entonces que llevaba mucho tiempo saliendo de su casa antes de que sus hijos se hubieran levantado, y volviendo después de haberles acostado, para no pasar el dolor de oírles pedir pan y no podérselo dar.

Ramón J. Sender, ya entonces famoso escritor y periodista, publicó en el diario madrileño "La Libertad" una serie de crónicas sobre lo acontecido aquellos días en Casas Viejas. Crónicas que fueron publicadas en forma de libro en 1934 con el título Viaje a la aldea del crimen. La obra, reeditada recientemente, está considerada como uno de los mejores reportajes del siglo XX, equiparable A sangre fría, la "novela testimonio" de Truman Capote.

En los sucesos de Casas Viejas hubo un destacado protagonista: Francisco Cruz Gutiérrez (1874-1933), apodado "Seisdedos", un ácrata veterano, idealista y pacífico. Era el jefe de un clan familiar con solera de rebelde que sólo reivindicaba tierra y trabajo para combatir el hambre atroz que venían arrastrando muchas generaciones.

Francisco Cruz no participó en ningún acto violento del movimiento subversivo. Sin embargo, con varios familiares y convecinos fue víctima de un espantoso castigo: los guardias dispararon a muerte cuando estaban refugiados en la choza del propio Seisdedos; después la rociaron con gasolina y la incendiaron: todos murieron abrasados. Como en una suerte de rito exterminador, en la choza calcinada fueron ejecutados otros campesinos ajenos a la rebelión.

Los trágicos episodios de Casas Viejas supusieron una gran escándalo periodístico y parlamentario y un grave problema para el Gobierno republicano-socialista presidido por Manuel Azaña. Y significó un enorme desprestigio para un régimen que constitucionalmente se definía como "una República democrática de trabajadores de toda clase". Una República que debía traer tierra, libertades y prosperidad para las capas sociales más pobres.

El capitán Manuel Rojas, que mandaba las fuerzas de Asalto y de la Guardia Civil, declaró a la prensa que tenía órdenes expresas de que no hubiera "ni heridos ni prisioneros". Que el escarmiento tenía que ser ejemplar. Más tarde Rojas fue condenado en principio a 21 años de cárcel acusado de catorce asesinatos. Pero el Tribunal Supremo le aplicó la eximente de "obediencia debida" y redujo su condena a tres años.

Una veintena de campesinos fueron juzgados por posesión de armas y por la ejecución de actos contra las fuerzas armadas. La mitad de ellos fueron absueltos y las condenas del resto oscilaron entre uno y seis años.

El libro de Ramón J. Sender termina con un alegato escalofriante y paradójico. El Gobierno republicano y las fuerzas del orden no sólo no evitaron la matanza de personas inocentes, sino que "confirmaron su sumisión ante los feudales terratenientes andaluces, que hasta producirse la tragedia se habían opuesto abiertamente a la República, y que ahora, agradecidos por la sangrienta represión, ingresan en los partidos republicanos".

A pesar de los más de 83 años transcurridos, aún resultan asombrosas las peripecias históricas de aquellos campesinos miserables y derrotados que mezclaron su sangre con la tierra que tan apasionadamente reclamaron para poder sobrevivir.

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