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Velando el fuego

Vaqueros y zapatillas

La polémica sobre la vestimenta del alcalde de La Coruña en un acto oficial

Como todo lo viral acaba contagiándose a nuestra piel, incluso diría que formando un segundo tejido -para bien o para mal según los casos-, la imagen del alcalde de La Coruña en la inauguración del XIX Congreso Nacional de la Empresa Familiar ha sido objeto de comentarios de todo tipo. Y no porque estuviera presente en el acto de apertura, algo lógico por su cargo, sino porque su vestimenta en vaqueros y zapatillas hizo fruncir el ceño a más de uno, del mismo modo que alargó la sonrisa de más de otro. Y para que la fiesta fuera completa, el alcalde prescindió de la corbata y, además, se echó la camisa al aire, o por decirlo mejor se la puso por afuera. Pueden imaginarse la cantidad de personalidades que estaban presentes en el acto. Desde el mismo Rey Felipe y el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijoo, hasta otros altos cargos de empresas, institutos o grupos que, de una u otra manera, tejen los hilos de nuestra economía, a la que, por cierto, le faltan aún muchos nudos por descoser.

En esta ocasión tuve que asistir en segunda fila al debate sobre el uso de la indumentaria del alcalde, dado que me encontraba en un bar de paso y no conocía a ninguno de los tertulianos (debo reconocer que alguno de ellos parecía estar en posesión de un máster sobre protocolo). Así que, entre descafeinado y descafeinado -la persona por la que esperaba tardó en hacer su aparición- me dediqué a escuchar las razones que se esgrimían sobre el asunto. Y que, como comprenderán, se extendían a lo largo de un mapa en el que el Norte estaba ocupado por un total rechazo a la actitud descortés del alcalde, mientras que por el Sur soplaba un aire caliente que barría convenciones y otros modismos fuera de siglo. Quedaba por ocupar el territorio central, que pronto pasó a poder de los expertos en formalidades, que si bien no mostraban una clara inclinación por ninguno, defendían con mesura las reglas de cortesía. (Se trata de cumplir con el protocolo, sólo eso, explicó el maestro de ceremonias).

Mientras duraba la pugna, me vino a la memoria un lúcido artículo, publicado hace unos días en este diario por Juan José Millás, en el que a propósito del silencio del Banco de España sobre el caso Bankia, decía que cómo era posible estar a favor de un sistema del que no cabe esperar nada, pues está más podrido que un solomillo al sol. Al tiempo que señalaba la incongruencia de la carga peyorativa que acompaña al término antisistema (un cajón en el que cada día caben más prendas, y casi siempre de una forma interesada).

Ése fue el momento en que pensé que quizás la actitud del alcalde de la Coruña tuviera como objetivo hacerse visible, ya que si los corruptos visten de seda, cuando perpetran sus desmanes, no parecía lógico que se pusiera unas prendas similares, no fuera que le confundieran con alguno de ellos. Mejor entonces airear una ropa limpia y no pasar desapercibido, antes que emboscarse en el disfraz fastuoso que utilizan quienes se dedican a tales menesteres, aunque en ocasiones no puedan evitar que se les caiga el vestuario encima. Vaqueros y zapatillas al frente, eso se diría, son preferibles a desviar la vista embutidos en la última ropa de moda. Y en éstas me encontraba cuando se abrió la puerta y apareció el conocido al que llevaba ya un buen rato aguardando. Como viera que la barra estaba animada, se acercó hasta allí y pegó la oreja durante unos minutos. Después se acercó a la mesa donde yo estaba, y, mientras se sentaba, dijo que el mejor atuendo consistía en juzgar al alcalde por su quehacer diario y no por hábitos más o menos al uso. Lo demás, masculló, son ganas de sacar a pasear la lengua. En ese momento pasó un camarero cerca, así que aprovechó la ocasión para pedirle un café con gotas.

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