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Velando el fuego

De Japón a Langreo

Una velada recitando haikus en el centro de creación escénica Carlos Álvarez-Nóvoa de La Felguera

Viajar en el tiempo ha sido siempre uno de los sueños de la humanidad. Y no me refiero sólo a los desplazamientos hacia el futuro, sino también a ese retorno al pasado, a ese viaje hacia atrás que, según algunos científicos, estaría violando las leyes físicas conocidas, lo cual, dicho sea de paso, parece ser que incomodaba profundamente a Einstein. Pero hoy quiero referirme al retorno a un espacio en el que el asombro y la emoción dibujan los signos predominantes. Y que no es otro que el que se inscribe, sobre todo, en la contemplación de la naturaleza, en un tipo de poesía, el haiku (tres versos de cinco, siete y cinco sílabas respectivamente) que forma parte de la poética japonesa (ya existen algunos antecedentes en el siglo VIII), y donde los fenómenos naturales, el cambio de las estaciones y la vida cotidiana de las gentes constituyen la piedra angular de una cultura lírica que alguien definió como "una mera nada, pero inolvidablemente significativa". Un paseo, pues, por un tiempo ancestral, en el que el silencio de los bosques o el crepitar del fuego constituyen signos de identidad primigenios y donde el poeta forma parte de un universo regido por las leyes de la armonía. Y que en la actualidad, por fortuna, está ya inserto en la modernidad del sistema poético.

Pudiera parecer, más aún cuando se tira de oficio, que tejer tres versos cortos, darles un sentido y procurar que el cosido final sea más o menos ajustado fuera una tarea sencilla. Pero nada más lejos de la realidad. Ovillar un buen haiku es tanto como conseguir aspirar la sutileza y la levedad del aire, lo que conlleva en cierto modo despegarse de los egos de cada cual y aceptar una lección de humildad desde el momento mismo en que comenzamos a hilar con madeja fina. Por eso mismo, el recital que el viernes 21 se celebró en el Centro de Creación Escénica Carlos Álvarez-Nóvoa, dentro del ciclo "Noches de Poesía", dedicado a los haikus, estuvo impregnado de la magia que acompaña a algunos momentos inolvidables. La poeta langreana Noemí Rodríguez fue la autora de unos versos que, recitados por Teatro Kumen y con un espléndido fondo a cargo de las tres componentes musicales de Reversos (May, Noelia y Lucía), nos sumieron a todos en una estética peculiar, en un ambiente de naturalidad y sencillez (en absoluto de simplismo), en el que por momentos nos estremecía un fulgor poderoso: "Bella nostalgia / bajo aquel aguacero. / Luz de otoño".

No recuerdo, al menos por lo que se refiere a Langreo, una experiencia similar, en la que las formas poéticas se trasmutaran en un reto como el que Noemí nos propuso. Una velada dedicada en exclusiva a los haikus (desde el siglo XX este tipo de versos comenzó a ejercer su influencia en poetas de Occidente: Benedetti, Octavio Paz, Cortázar, Borges? entre otros ) necesita de una dosis considerable de destreza, como la que nos ofreció la poeta, y, a un tiempo, de una sensibilidad especial para conseguir una percepción directa de las cosas, que, además, se combina con dosis extraordinarias de libertad (siempre he creído que el vuelo de la imaginación ensancha sus alas cuando pasea por el territorio de los haikus). No en balde se define como algo que nos espera y busca nuestro encuentro.

En esa velada de encantos y seducciones los versos de Noemí (ritmo y métrica se ensamblaron a la perfección) hicieron posible que, entre otros ecos, pudiéramos disfrutar de ajedreces de luna, de septiembres locos o de flores de hojalata que arrastraban el fuego. Vean uno de tantos goces como nos deparó la noche: "Tenaz invierno / el ruido de la lluvia / bajo tu canto".

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