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Dando la lata

Un mundo mejor

Cuesta, pero viniendo de él, habrá que creerlo. Oigo decir al Padre Ángel que hay muchísimos motivos para la esperanza y que esta generación va a dejar un mundo en mejor situación que las anteriores. Es una manifestación suya que escuché por la radio el día de los Premios Princesa de Asturias y que me dejó bastante desconcertado y, en parte, aliviado. Porque lo que no voy a discutir es el conocimiento del Padre Ángel sobre el estado del mundo. Yo interpreto y opino desde este pequeño rincón mientras él recorre el planeta ayudando a los más necesitados. Y va el tío, bueno, el Padre, y es mil veces más optimista que yo. ¡Con lo que ve cada día! Pues dice que estamos mejor y que cada vez hay más gente solidaria volcada en el auxilio de los que sufren. Y yo, en ese momento al volante, mirando de reojo la radio del coche por si se había vuelto majareta. Es la clase de comentario que te deja desarmado, porque si él no se queja, ¿cómo voy a hacerlo yo?

Y es que cargados de pesimismo, con una interpretación de la vida en tono gris plomo, en permanente lamento y disgusto no vamos a ninguna parte, ni arreglamos nada, ni ayudamos a nadie. Un ser tan extraordinario como el Padre Ángel no puede permitirse la debilidad de caer en el derrotismo y bajar los brazos. Y desde un campamento de refugiados es capaz de ver el mundo mejor que nosotros desde el confortable sofá del salón. Y halla motivos de esperanza e ilusión entre vidas destrozadas mientras que nosotros parecemos disfrutar poniendo mala cara a cada nuevo día. Desde mi acogedora habitación creo entender que la visión del Padre Ángel es la del ser humano entregado al socorro de sus semejantes. La mía, la nuestra, es la del egoísta que asiste por televisión a los horrores diarios y que se engaña a sí mismo dando una limosna de vez en cuando. Él lucha por un mundo mejor. Yo, no. Él conserva la fe en la humanidad. Yo, no. Él es optimista. Yo, no. Hoy quiero creer que él tiene razón y yo no.

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