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Cinema Paradiso

Las proyecciones del Festival de Cine de Gijón en salas de Sama y La Felguera

Quienes hemos superado ya con holgura el medio siglo, y, como en mi caso, aceptamos que resulta imposible no envejecer, pero que no por ello tenemos que hacernos mayores -Gertrude Stein dijo que "siempre somos de la misma edad en el interior"-, estamos fabricados con un material incombustible, con un maná que nunca deja de proveernos como son los recuerdos. Y cuando avanzamos por esa intrincada selva que, en ocasiones, se nos muestra abrupta y otras veces resulta fácil de transitar, de cuando en cuando, y dependiendo de las pulsiones de cada cual, nos observamos sentados en una butaca de cine, masticando un chicle de menta o intentado enviar un beso de tuerca a la heroína de esa película que, estamos convencidos, algún día terminará por rendirse a nuestros desvelos amorosos.

Después, a medida que la vida nos va mostrando sus desgarraduras, el cine se convierte en un mero recuerdo o en una pasión que no se deja de practicar. Quizás por ello, en mis lances literarios, el cine ha ocupado siempre un lugar importante, ya fuera comentando una de mis películas favoritas, El Sur, en la revista Rey Lagarto, o intentando convertirme en Salvatore, ese niño de un pueblecito italiano en la película Cinema Paradiso, cuyo único pasatiempo era ir al cine y que creía ciegamente que lo que estaba sucediendo en la pantalla formaba parte del mundo de la magia. De ahí que uno de mis poemas, trufado de títulos de películas y de "duelos al sol con apresuradas cremalleras en la habitación de un hotel cualquiera", lleve el título de ese icónico filme, encabezado, además, con una cita contundente de Jean Cocteau: "El cine es la única arma de precisión que permite matar a la muerte".

Y sin duda porque el río de los recuerdos es, además de fértil, caudaloso en abundancia, sentí de inmediato que me salpicaba con sus aguas nada más que comencé a leer en las páginas de LA NUEVA ESPAÑA del miércoles pasado que "El Festival de Cine de Gijón tendrá en su 54ª edición dos sedes en Langreo". De modo, pensé de inmediato, que no todos los días vamos a levantarnos con un ambiente gris y lluvioso, precursor de que el termómetro de las malas noticia ha elevado su nivel, sino que en ocasiones como ésta hay motivos sobrados para poner al mal tiempo buena cara y para intentar, en la medida de lo posible, acercarse a disfrutar de las películas que nos llegan desde la hermosa ciudad del Piles. A partir del domingo las salas de El Nuevo Teatro de la Felguera y la del Felgueroso (que en los últimos festivales de Gijón acogió también distintas proyecciones) abrirán sus puertas para que esa magia a la que se refería el niño Salvatore se ponga a funcionar.

En este caso hay que felicitar a la Corporación langreana por el esfuerzo que han hecho para convertir en realidad este ilusionante proyecto. Es labor de las instituciones públicas facilitar la mejor calidad de vida y el disfrute de sus ciudadanos, y para ello, en ocasiones, hay que aprovechar tanto los recursos propios como aquellos que se puedan captar de otros organismos, siempre con el único objetivo de ponerlos al servicio del bien común, como en la coyuntura a la que nos referimos.

Se ha escrito en abundancia sobre las relaciones entre el cine y la cultura. Y ahí están para demostrarlo desde los ensayos de conspicuos pensadores hasta la definición de la Unesco sobre cultura: "manifestaciones de la creatividad intelectual y artística humana?.". En todo caso, el cine es una ventana al mundo. Y conviene tenerla siempre abierta.

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