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Dando la lata

Como un suspiro

Mi compañera Silvia me recuerda que ya transcurrió un año desde que nos iniciamos en esto de la coordinación del Club LA NUEVA ESPAÑA de las Cuencas. Un año como un suspiro. Como un parpadeo. Un año que pasó volando. Tanto que comprobé en el ordenador si realmente era así. Y lo es.

Cuántas veces me dijo mi abuelo que, llegados a una edad, la vida parecía acelerarse y los días se descontaban sin apenas haber prendido en el calendario. Y en verdad, vaya si corre el tiempo. Hace un par de días asistí a una charla en la que intervenía un médico especialista en oncología infantil. Me crucé con él en un pasillo y no lo reconocí. Porque no parecía un médico. Porque, por principio, hasta hace bien poco -o eso es lo que uno cree- el médico siempre era mayor que yo. Y este es un chaval, casi un niño. Pero es oncólogo y con experiencia. Luego ya no es un chaval. Es cuando la realidad te obliga a cambiar de perspectiva: si ese individuo hecho y derecho te parece un chico es porque tú ya vas teniendo más años que la orilla del río. Porque tu reloj avanza a una velocidad fulgurante. Como cuando entras en los juzgados y a la abogada contraria sólo le falta el uniforme del colegio de las monjas. ¡Pero si parece una niña! ¡Cómo va a haber cursado una carrera universitaria, obtenido un título y ejercer una profesión! Porque de niña no tiene nada. Son mis ojos, que aún no se acostumbraron a mirar desde la edad que señala mi partida de nacimiento. Y, claro, acto seguido el interrogante es: ¿Y cómo me verán ellos a mí? Pues cómo me van a ver, como yo veía hace tres parpadeos a los cincuentones. Porque soy un cincuentón. Y me sucede lo que mi abuelo advirtió: mi vida, que antes andaba y después trotaba, hoy ha echado a correr a ritmo vertiginoso.

No me extraña que haya tantos pacientes alarmados por la extrema juventud de los médicos que les atienden. Porque podrían ser sus nietos. Y sus nietos hace suspiro y medio jugaban en la playa con un cubo y una paleta.

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