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Huellas y pisotones

La situación en la que se encuentran los dos grandes partidos, empeñados en parecerse cada vez más

En el camino de las personas hay siempre líneas, guías o directrices que acostumbramos a seguir. Sin duda porque entendemos que de ese modo nuestro itinerario tenga más probabilidades de convertirse en una ruta exenta de incoherencias (o cuando menos, en su caso, de la menor maleza posible). Una de esas reglas a las que aludo es muy clarificadora en cuanto a diferenciar pulsiones personales y, a un tiempo, espacios públicos. Nada de todo sirve o todo está recubierto por una pátina del mismo color. Procurar ser "una huella en la vida de muchas personas, pero, a un tiempo, un pisotón también en la de otras", eso nos indica una máxima que aspira a deslindar los límites del terreno. Algo así como un faro al que se pueda acudir en momentos de tormenta, pero también un ariete cuando de sumarse al esfuerzo colectivo se tratara.

Hay quienes han adaptado esta norma a su zapato particular, interpretándola según el número que le interese calzar en cada momento, hasta el punto de preferir ser "una huella en la vida de todos y, por lo mismo, no causar ningún pisotón en la de nadie". Esta falsilla, que ni siquiera tiene argumentos serios para sostenerse en pie en las relaciones sociales, pues equivaldría a que igualemos a lúcidos con necios o a los malhechores con las personas íntegras, entre tantos otros ejemplos, se convierte en una vía de agua cuando se refiere al terreno de la política. ¿Cómo es posible que quienes guiñan el ojo hacia la izquierda se conformen con equipararse en el mismo gesto, en la misma expresión facial, y, por tanto, no quepa distinguir ninguna señal que los diferencie de quienes viran la vista hacia el otro lado?

Por si no bastara con observar el espectáculo que a diario están dando los dos partidos mayoritarios, empeñados en una pugna que tiene más de fuegos artificiales que de otra cosa: en raras ocasiones se toman la distancia cuando están dentro del cuadrilátero, como si en realidad se tratara de dos púgiles dirigidos por el mismo entrenador, los últimos datos de un sondeo (creo que del CIS), destinado a evaluar las preferencias de los ciudadanos sobre los líderes de los partidos, revelan (no me atrevería a usar ya un tono de asombro), que el político mejor valorado por todos es el presidente de la gestora del PSOE. Y por si la noticia no fuera ya por sí sola suficientemente reveladora, he aquí que, además, en el Partido Popular se aprietan las filas hasta el punto de convertirlo en su favorito.

Cuando leí la noticia, no pude menos de pensar en la letra del famoso tango "Cambalache": Y durante unos instantes vi la silueta de Carlos Gardel obsequiándonos con su voz aterciopelada: "El mundo fue y será una porquería / ya lo sé / En el quinientos seis / y en el dos mil también". Pero pronto me dije que esa letra viene bien a quienes acostumbran a navegar por las aguas de la indiferencia, en donde parece que todos los peces tienen el mismo tamaño; pero que, en realidad, no sirve para desvelar el fondo marino, en el que no hay duda de que existen especies de distintos colores. Y, cómo no, también de diferentes calidades.

Hay quienes sostienen que la política, a fin de cuentas, no es más que un disfraz. Lo que, en el caso que comento, justificaría los empeños del presidente de la gestora por probarse todos los trajes posibles, siempre a la búsqueda de ostentar las mejores galas en cualquier fiesta. Si bien, en su partido, hay muchos que todavía están orgullosos de lucir el mono de obrero. Convendría aclararse sobre el atuendo a usar, eso me parece.

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