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Dando la lata

Formas

La falta de educación y de urbanidad que muestran algunos jóvenes, que ni levantan la vista del teléfono

Abro el portal y cuando me dispongo a entrar se anticipa un chico de unos 18 años. No saluda. No dice nada. Mantiene los ojos clavados en el móvil. Esperamos el ascensor en completo silencio. Él entra primero, sin preguntar, sin ceder el paso, creo que sin reparar en que no está solo. Y pulsa el botón de su piso. A mí, que me den. Pulso el mío. La mirada fija en la pantalla. Abre, sale, se cierra la puerta, continúo subiendo. Ni un hola. Ni un gracias. Ni un a qué piso. Ni un adiós. Entré en casa con la sensación de haberme encontrado con un mutante. Un mutante maleducado. No sé a ustedes, pero desde muy pequeñito me inculcaron las normas básicas de cortesía y urbanidad. Había que ceder el paso a los que esperaban contigo. Había que dar las gracias. Había que saludar con corrección. Había que mantener la cabeza erguida y mirar a los ojos. Había que ponerse en pie y permitir que la gente mayor pudiera sentarse. Había que mantener las formas en la mesa en vez de comer como un jabalí. Y todo esto era normal, algo conocido y aceptado. Los groseros eran minoría. Y la conducta en casa y fuera se caracterizaba por la utilización natural de unos patrones de educación y respeto que casi todos seguíamos. Y fuimos gamberros, macarrillas, mejores y peores estudiantes, malhablados, más y menos espabilados, juerguistas, alborotadores, rebeldes, protestones, zánganos y atolondrados. Pero sabíamos mantener la compostura y las normas elementales de educación. Porque si no, tu madre te echaba una mirada que lo decía todo. Y te avergonzabas. ¿Qué es eso de que en el coche el niñito se repantingue en el asiento delantero y que la mamá y los yayos viajen amontonados atrás? Los mayores iban delante. Los mayores pasaban primero. Los mayores se sentaban. ¿Qué es esto de que un berzas quinceañero no le ceda el asiento a una anciana? ¿Qué es esto de que este bicho raro no levante la cabeza de la pantalla del móvil y sea incapaz de decir ni un simple hola? De verdad, generación del 65, ¿fuimos nosotros tan bobalicones? En caso de que la respuesta sea negativa, ¿qué hemos criado?

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