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Cuatro pesetas

Las declaraciones del presidente de FADE sobre la falta de oportunidades y el mal pago a los jóvenes

Guardo aún, en el cajón de una mesita, algunas monedas antiguas, sobre todo de este país, y, como es natural, no falta la peseta, que a su fallecimiento había cumplido más de un siglo (estuvo en curso legal desde octubre de 1868 hasta enero de 1999). A veces, cuando me deslizo por los inevitables pliegues de la memoria, fantaseo con la idea que aún la llevo en el bolsillo, y hasta junto unas cuantas con la intención de pagar el café de mediodía o algún vino de los que acostumbro a tomar al atardecer. Así que cuando leí en LA NUEVA ESPAÑA las declaraciones del presidente de la FADE asturiana: "No damos oportunidades a los jóvenes y se les paga cuatro pesetas", me dije: ésta es mi oportunidad. De modo que cogí cuatro monedas y con ellas hice un recorrido por los lugares en los que de joven acostumbraba a gastarme el dinero (me refiero, naturalmente, a las pocas "perras" que la mayoría de nosotros acostumbrábamos a llevar en el bolsillo).

Era lógico que quien tuvo el vicio del tabaco corriera a aprovisionarse de humo, y lo primero que hice fue comprar unos cuantos "Bisontes" (el "Chester", más caro, lo reservaba para los domingos). Como quiera que el pitillo suelto costaba setenta céntimos en Casa Paci, hice un cálculo rápido y pedí tres, reservando el resto de la contabilidad para atiborrarme de pipas, regalices, negritos y alguna que otra chuchería. Llegué a casa con el semblante henchido de satisfacción, y hasta pude gozar (los viajes por la imaginación tienen estas ventajas) con un beso de mi madre (hace casi siete años de su defunción) que me apuró para limpiarme las manos, pues acababa de llegar mi padre (en este caso ya son casi veintisiete los años que transcurrieron desde su muerte) y la cena nos aguardaba.

Al día siguiente abrí el periódico para encontrarme con la noticia en la que el presidente de la FADE hacía un ejercicio de autocrítica al señalar, en alusión a las empresas y a las clases directivas, "No damos oportunidades a los jóvenes y, encima, les pagamos cuatro pesetas". No sé si con eso quería decir que les daba para tabaco y alguna que otra golosina, o más bien les instaba al ahorro, para que, en un ejercicio de previsión y de rigurosa paciencia, fueran juntando de peseta en peseta, hasta que, al cabo de toda una vida laboral, tuvieran la suficiente calderilla como para irse de copas una vez al mes, que ya se sabe que a determinados años no es conveniente maltratar mucho el cuerpo.

Nunca manifesté que los empresarios estuvieran todos cortados por el mismo sastre (del mismo modo que tampoco todos los políticos son iguales, por mucho que interese meterlos en el mismo saco), pero mejor haría la patronal en apresurarse a cumplir con sus obligaciones. Atravesamos un período de brutales desigualdades sociales, con unos patronos cada vez más agresivos, con una americanización de los modelos organizativos y de gestión que dan como resultado la instalación de relaciones cada vez más autoritarias en los centros de trabajo, y con una evidente cicatería de los derechos de las mujeres, lo que prueba, entre otros, las dificultades que tienen para poder conciliar la vida laboral y familiar. Hasta el punto de que muchos de estos aspectos regresivos ya han llegado a Noruega, que aún es la cubierta superior del barco global del bienestar. Subcontrataciones, o empleo creciente de trabajadores de agencias temporales, debilitando así a los sindicatos, son algunos de tantos indicadores negativos.

Dejemos, pues, las cuatro pesetas para los sueños de nuestra juventud, y paguemos un sueldo digno que, a fin de mes, permita a los ciudadanos tener las tripas llenas. Las pipas y las golosinas están bien para jugar un rato a los recuerdos, pero, a fin de cuentas, éstos son poco más que un leve perfume para el aire.

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