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Velando el fuego

Alergias

Las reacciones que afectan a la sensibilidad del cuerpo, no siempre relacionadas con la primavera

Fiel a mi costumbre, comencé la semana provisto de un cuadernillo en el que iba depositando las noticias que juzgaba de mayor interés (en otras ocasiones esos apuntes los voy anotando en la memoria). Son temas que predominan entre las preferencias ciudadanas, que forman parte de sus preocupaciones diarias, y que, por tanto, merecen salir a la luz. Sólo en contadas ocasiones (estos días dan fe de ello) esa elección me ha resultado complicada, lo que sucede cuando son varios asuntos los que pugnan por hacerse con el liderato en juego.

Desde el combate de las primarias socialistas, hasta el anuncio de una manifestación por el soterramiento, sin dejar a un lado en importancia la sentencia favorable a nuestro ayuntamiento por el traslado de la Virgen (una congruente aplicación del más elemental sentido común: las tallas religiosas han de ocupar su espacio natural), la semana comenzó a complicarse con la aparición de brotes de alergia que pronto se convirtieron en una epidemia, al decir de quienes sufrían sus perniciosos efectos o eran conocedores de bastantes personas que tuvieron que ser ingresadas en el hospital a causa de las consecuencias de tal aluvión de polen.

Bastó con que diera una vuelta por el interior del parque de La Felguera para darme cuenta de que el suelo se había convertido en una alfombra blanca, de una consistencia considerable, y de que no había grupo de paseantes que no estuviera en posesión de un máster en cualquier tipo de reacciones alérgicas. Síntomas, causas y tratamientos eran desgranados con suma facilidad, como si se tratara de un vocabulario al uso. Había quien parecía tener una licenciatura en sistemas de defensa del cuerpo, gérmenes y medio ambiente, y quien conocía a la perfección las sutiles diferencias entre ácaros del polvo, esporas de moho o caspa de animales, por citar algunos ejemplos. Otros recomendaban las sustancias y medicinas más convenientes contra esta plaga que presenta unos síntomas inequívocos: goteo nasal, estornudos, picazón, sarpullidos? hasta llegar al asma, de quien también algunos se confesaban devotos. Y eso sin olvidarse de los que pudieran haberse doctorado en Oxford, tales eran sus amplios conocimientos acerca de los niveles de polen que se depositan en el aire según la temperatura del ambiente.

Durante el paseo matinal se dirigieron a mí algunas personas para que, aprovechando mi relación con el periódico, hiciera un llamamiento a las autoridades municipales, a fin de que talaran árboles, o al menos los más dañinos, pues la situación empeora cada día, recalcaron. Así que tomo nota de tales quejas y las expongo a la consideración de los expertos.

De vuelta a mi domicilio, convencido ya de que el tema de las alergias había ganado el pulso de las noticias semanales, me dio por pensar en lo conveniente que sería combatir del mejor modo posible otro tipo de reacciones que afectan con mucho a la sensibilidad del cuerpo ciudadano. En este caso me estoy refiriendo a tantos gérmenes intoxicadores de nuestro sistema social, como son los continuos goteos de corrupción que día a día vemos aparecer. Si una reacción alérgica severa puede resultar fatal para el organismo, del mismo modo un edema continuado de corruptelas y deshonestidades puede acabar encharcando los conductos democráticos, con las consecuencias que ello puede tener.

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