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Panza arriba

El santuario de Nuestra Señora de la Uralita

El añadido de una imagen exterior y un tejadillo a la ermita de San Clemente de Cortina

Últimos días de entrenamiento para afrontar la prueba de los 10.000 del Soplao, en Cabezón de la Sal. Cuatro subidas, con sus correspondientes cuatro bajadas. 50 kilómetros. El sábado anterior tengo por delante como preámbulo una recorrido de 30 kilómetros. Vivir en Mieres, para esto, es un lujo. Subo por la carretera de Vegalafonte y paso al Valle de Turón, para descender en vertical sobre Espinos. Corro un poco valle abajo, cruzo el Caudal y subo por Cuna hasta Paxío. Otras veces, con más tiempo, entronco con el camino al Llosoriu. Esta vez, no necesito tanto tute y bajo directo por Siana.

Me tomo el deporte con tanta tranquilidad que me da tiempo a hacer muchas más cosas. Pensar y tomar notas para este artículo, por ejemplo. Me dio la idea pasar por delante de la ermita de San Clemente de Cortina, a la que hace tiempo le añadieron una imagen en el exterior y, ahora compruebo, un tejadillo para que no se moje. De forma que, el conjunto, antes integrado por la casona de los García Bernaldo de Quirós y la capilla, poco a poco va degradándose hasta acabar siendo un ejemplo más del Feísmo en Les Cuenques. El Feísmo es un movimiento artístico que valora estéticamente lo feo. Se considera que el origen de esta tendencia estética está en Galicia, pero Les Cuenques Mineres hace años que se estudian como integrantes de este movimiento. El ejemplo más socorrido en el casco urbano de Mieres del Camín es el conjunto formado por la Casa Duró y la capilla del Carmen, arrinconados en medio de dos edificios de ladrillo visto. Cualquier lector puede aportar su granito de arena: entran en valoración desde los chabolos entibados con cuadros de mina hasta los cerramientos de praos con somieres. La visión feísta de las cosas es amplia, poderosa y subyugante.

Hace pocos años, en otro de esos viajes de subir y bajar cuestas, me acerqué al Monte Nebo, el lugar exacto donde la tradición dice que Dios le mostró la Tierra Prometida a Moisés. El sitio sobrecoge por varios motivos. El primero, por el peso de la propia tradición: estoy a las puertas de la Tierra Prometida. El segundo: que, cuando miras hacia la tierra prometida, ves un desierto yermo, árido y baldío, y no haces más que preguntarte qué pensaría aquella pobre gente, después de vagar cuarenta años por el desierto, y que un iluminado te dijera que aquel páramo que tenían delante era la Tierra Prometida. Dice la tradición que fue lo último que vio Moisés. Seguro que lo mataron. ¿Cuarenta años dando vueltas y me traes aquí? Y, como no, tercero: en homenaje a tan magno acontecimiento se erigió, en aquel mismo lugar que hollaron los pies de Moisés, una ermita provisional de ladrillo de obra y techo de uralita en honor a la Virgen, que años más tarde también se apareció por el lugar. Ese lugar tan feo y tan provisional hoy se respeta y permanece intacto porque fue visitado por Juan Pablo II. Se cita ya en todos los manuales como uno de los mayores logros del Feísmo en el mundo. Su nombre popular es el de Santuario de Nuestra Señora de la Uralita. Un nombre que podemos hacer extensible a la capilla de Cortina, con el nuevo tejadillo anexo que estrena.

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