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Dando la lata

Sentido común

¿Qué dice el juez Calatayud? Pues lo que a nadie debería sorprender. Sentido común, ni más ni menos. El juez que lleva años intentando meter en vereda a los menores descarriados de Granada tan sólo insiste en que si los nos empeñamos en educar mal a los hijos, habrá consecuencias negativas para todos. Lo terrible del asunto es que algo tan elemental deba ser recordado, que se adquiera relevancia pública exponiendo lo que es de cajón. Pero como esta sociedad ha alcanzado tal nivel de estupidez que desprecia lo elemental, lo básico, la primera lección del manual de la convivencia, Calatayud, y cuantos más calatayudes, mejor, se hacen tan necesarios como la luz del faro en un mar oscuro. Pero es un mar que a estas alturas de la película deberíamos conocer como la palma de la mano. Pues no es así. Es más, parece que vamos a peor. Y hay que recordar a los padres que como conviertan al lechoncete en el rey absoluto de la casa, acabarán sometidos, que el ejercicio de la autoridad es perfectamente compatible con el amor y el cariño, que sin reglas hay problemas, que se educa en casa, que un nene caprichoso, agresivo, zángano, es la consecuencia de unos padres negligentes que, en su momento, no pusieron las cosas en su sitio. Nada de lo que reitera el juez Calatayud nos es ajeno. Era lo que se vivía en la mayoría de casas españolas, en las que mandaban los padres y obedecían los hijos, donde había que estudiar y, si no, trabajar, en las que se tenía lo que se podía y, también, lo que se merecía. Cuando hoy cuentan de críos que agreden a sus progenitores, de chavales a los que se consiente no hacer absolutamente nada productivo, de adultos sojuzgados por niños, de la inversión de la autoridad en el hogar, uno se pregunta, ¿pero dónde vieron eso los padres? España no era así hace unos años. Los padres no estaban a las órdenes de los hijos. Los hijos no amenazaban ni agredían a sus padres. Y la vagancia en casa no estaba financiada. Entonces, ¿cómo hemos llegado hasta aquí?

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