Salieron de Libia con dirección a Europa. Apretujados en una embarcación precaria, estaban dispuestos a cruzar el Mediterráneo, cargados de esperanza, ilusiones y el miedo a no llegar, a quedar en el cementerio del mar. Habían transcurrido ya unas cuantas horas de navegación. Imagínense en qué condiciones. No fueron víctimas del oleaje ni quedaron al pairo por una avería. Llegaron los piratas -también los hay hoy por estos mares- y les robaron el motor. Quedaron a la deriva. De las 130 personas que navegaban en el bote, de toda edad y condición, fallecieron 126. Cuatro han podido contarlo. Sucedió ayer, sin ir más lejos en el tiempo, y aquí al lado, a nuestras puertas. La mayoría de esos jóvenes africanos que cada día arrastran sus carros por nuestras calles y en muchas ocasiones han intimado ya con nosotros también llegaron así. Muchas veces se nos olvida que lo fuimos nosotros. Hoy es el Día del refugiado...
