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Dando la lata

Coronas

Inglaterra sabe ser una monarquía. Y la visita de nuestros reyes a Londres ha sido buena prueba de ellos. Qué despliegue de medios, cuánta pompa y circunstancia, qué boato. Carrozas, sedas, joyería por doquier, fanfarrias a tutiplén, desfiles? Una demostración de poderío difícilmente asumible en España, donde ya protestamos si se gasta la mitad de la mitad de la mitad de la cuarta parte. Y es que los ingleses comprenden que una monarquía es para lucirla, para realzar las grandes ocasiones, para proyectar al mundo ese toque de clase que ninguna otra forma de estado es capaz de lograr. Pero los españoles queremos unos reyes comedidos, modestos y cercanos. Que sean como la gente normal, del pueblo, de garbanzos, flan y tinto de mesa, lo cual no deja de ser una chorrada. Si un rey es un tipo corriente, al que se trata como tal, pierde su razón de ser. Los británicos lo tienen claro, y su corona, más aún: nada de ser iguales, nada de proximidades y colegueos. Distinción, elitismo extremo, separación por elevación. La reina de Inglaterra por encima del resto de mortales. Isabel II, representante máxima del Imperio e imagen universal de la Gran Bretaña. No hay normalidad que valga. Ese es el sentido de una monarquía. Y si quieres algo más de andar por casa te pones una presidencia de la república y listo. La monarquía es una anomalía en los regímenes democráticos. Una anomalía que, para tener un sentido, requiere necesariamente de motivación especial que la justifique. La campechanía de nuestro rey emérito acabó pasándole factura. Porque un tipo normal no tirotea elefantes africanos en compañía de pseudoprincesas centroeuropeas. Pero un monarca en el sentido británico podría hacer eso y más sin verse obligado a dar explicaciones ni pedir disculpas. Aunque, seguramente, no lo haría por razón de la extraordinaria dignidad que simboliza. Isabel II se casó con un conflicto diplomático con piernas y parió una prole a la que hay que echar de comer aparte. Sin embargo, a pesar de todo, la grandeza de la corona descansa íntegramente sobre su cabeza. Una cabeza que se eleva sobre las demás, pues los pies reales nunca pisaron el mismo suelo que el de sus súbditos.

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