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Catástrofe en el valle olvidado

El grave accidente minero del pozo Santo Tomás, en Turón, cuyo 50.º aniversario se conmemoró el lunes

"¡Hubo un accidente minero en Turón!" -dijo uno.

"Lo sabía, fueron cuatro los fallecidos esta vez" -respondió su contertulio.

"No, se trata de otro accidente producido esta mañana. Voy a llamar a La Cuadriella cuando regrese a casa para obtener más información" -puntualizó el primero.

Quienes así se expresaban eran dos amigos, un médico y un facultativo, que, esporádicamente, se reunían en "El Garal", una cafetería situada al lado del Ayuntamiento de la capital asturiana. Formaban parte de aquella legión de turoneses, técnicos y licenciados de la Compañía, que, al alcanzar la jubilación, empezaron a trasladarse a la ciudad carbayona con el fin de mejorar su calidad de vida al tiempo que facilitaban una educación más completa a sus descendientes.

Hablar de accidentes mineros en Asturias fue una constante desde que en el siglo XIX se comenzaron a explotar masivamente sus importantes yacimientos de hulla. Particularmente, en nuestro valle, los accidentes mineros habían acompañado a toda la historia de Hulleras de Turón, aunque el primero que tenemos registrado se produjo bastante antes de su fundación (ver obra del autor "En busca del Turón perdido" pág.180). En la cafetería de la ovetense calle de Cimadevilla los dos parroquianos recordaban como el año que ellos vivían apaciblemente, había comenzado, a escala internacional, con el fallecimiento en Cabo Cañaveral de los astronautas Grisson, White y Chauffe, al incendiarse la atmósfera de oxígeno puro de la cápsula espacial en la que se encontraban durante el transcurso de uno de los ensayos.

En los inicios del verano, como noticia preponderante en todos los telediarios del mundo destacaba la llamada "Guerra de los seis días" y en el contexto nacional, se comentaba la actitud empecinada del alcalde de Benidorm que, aprovechando la celebración del "Año Internacional del Turismo", se esforzaba en implantar el bañador de dos piezas para las féminas con el exclusivo propósito de atraer a los veraneantes extranjeros.

Mientras tanto, en Turón se trabajaba con normalidad después de la época convulsa de años anteriores en los que el colectivo obrero le había echado un pulso al Gobierno (huelgas del año 62 y siguientes) obteniendo algunas ventajas sociales y económicas. Cuando aquel día de mediados de agosto el facultativo se despidió de su amigo, telefoneó a Turón y al instante, desde fuentes próximas a la Dirección, le informaron de que aún no se podía hacer una evaluación definitiva del suceso, si bien el causante del mismo había sido una explosión de grisú. ¡El grisú, ese gas maldito para los mineros! La experiencia aportaba el dato significativo de que una parte importante de los accidentes mineros se debían a derrumbamientos pero, generalizando, se puede afirmar que en casi la mitad de ellos el protagonista era el grisú, un gas mortífero que se encuentra entre la hulla, formado por la degradación anaerobia de la materia vegetal. El grisú es, en realidad, una mezcla de gases entre los que predomina el metano que, curiosamente, es el compuesto más sencillo de los alcanos por poseer en su molécula un solo átomo de carbono. El riesgo de este gas se debe a que, de una parte, produce asfixia por su avidez hacia el oxígeno y, de otra, porque solo con una concentración entre el 5 y el 15% puede explotar sin necesidad de ninguna fuente de ignición.

Estaban próximas las nueve de la mañana cuando un rumor inquietante se había extendido entre la generalidad de la familia minera del Valle y puso un nudo en su garganta pues le hizo prever que algo terrible había sucedido. En aquel año, la historia de Hulleras de Turón estaba próxima a finalizar pues el carbón se iba reemplazando en gran medida por el petróleo como principal fuente de energía. Las minas ya no eran rentables y el Estado había creado un consorcio para englobar a todas las empresas mineras de la región. La empresa vasca asentada en Turón era una de las firmas que negociaba su integración en Hunosa, que así se llamaba la nueva sociedad. Aquel día, lunes por más señas, habían entrado a trabajar 61 obreros en el primer relevo del grupo y hacia las 8:45 de la mañana se oyó en la explotación como un estampido y la mayor parte de ellos se encaminaron hacia el exterior a pedir ayuda y pronto se pusieron a disposición de los servicios de emergencia para tratar de rescatar a los trabajadores de la capa doce que habían quedado atrapados.

En un principio se extrajo un minero muerto y otro herido grave, llamado Valentín Suárez Fernández, y se albergaban esperanzas de poder liberar con vida al resto de compañeros. Pronto, con gran celeridad, acudieron a la explanada del grupo, los servicios médicos de la Empresa así como los de la limítrofe Hunosa y "Minas de Figaredo S. A.".

Pero enseguida se presentaron obstáculos imprevistos: la capa doce era de escasa potencia y debido a su angostura resultaba bastante difícil acceder a ella. Las brigadas de Salvamento de Turón y Mieres, personadas desde los primeros instantes, empezaron a actuar provistas de caretas antigás encontrándose con dificultades para acceder a la rampa de una capa muy estrecha y totalmente contaminada por lo que hubo que dar un nuevo giro a las labores de rescate. Entonces se introdujo un tubo grueso que, a modo de cánula, fue inyectando aire nuevo para limpiar el ambiente enrarecido por los residuos de monóxido de carbono emboscados en los recovecos de pozos y galerías (hay que tener en cuenta que este gas era un enemigo más peligroso aún que el propio grisú por la dificultad de su detección al ser incoloro e inodoro, resultando un veneno mortal su respiración).

Entretanto, en el exterior y en las cercanías de la bocamina del grupo "Santo Tomás" en la que se había producido el accidente, se fueron agrupando centenares de personas como el ingeniero José María Mayo, el capataz-jefe y todos los directivos de la empresa, así como familiares y amigos de los mineros afectados que esperaban impacientes el desenlace de aquel suceso. En el interior, una vez saneado el ambiente, los brigadistas fueron progresando sin máscaras hacia la capa doce esperando encontrar alguno con vida.

A medida que transcurrían las horas, las noticias que provenían del interior de la mina eran cada vez más pesimistas. A la una de la tarde se habían extraído los cadáveres de otros cuatro trabajadores y la probabilidad de supervivencia del resto era cada vez más escasa. Los malos augurios se cumplirían, desgraciadamente, y se pudo comprobar que si el grisú privó del oxígeno a alguno de ellos el monóxido de carbono hizo el resto ejecutando entre ambos una funesta estrategia que resultó mortal para los infortunados mineros. A las cuatro y media de la tarde, después de denodados esfuerzos, se rescataba el último cadáver que aún quedaba en el interior.

Hulleras de Turón escribía una postrera página marcada por la tragedia, por la desgracia que conmovió al Valle, que sacudiría violentamente el alma de la familia minera como si una fría hoja de acero la hubiera atravesado. Recordamos con dolor los nombres de las víctimas:

1) Celestino González Pulgar, vigilante de 34 años, vecino de Santullano y natural de Pola de Lena, casado y con dos hijos.

2) Francisco Lobeto Dacal, picador de 36 años, natural y vecino del barrio San Francisco, casado y con un hijo.

3) Rafael Alonso García, picador de 33 años, soltero, natural y vecino de Turón.

4) Manuel Vázquez Prieto, caballista de 38 años, vecino de Santullano y natural de Figaredo, casado y con dos hijos.

5) Luis Flórez García, barrenista de 45 años, vecino de La Felguera y natural de Gijón, casado y con siete hijos.

6) Félix González González, ayudante barrenista de 41 años, vecino del Pedroso y natural de Salamanca, casado y con cuatro hijos.

7) José Martínez faro, vagonero de 18 años, vecino de Llanaceo y natural de Pontevedra, soltero.

8) Juan Díaz Fernández, vagonero de 47 años, vecino de Cabojal y natural de Pelúgano, casado y con cinco hijos.

9) Manuel Granda López, vagonero de 26 años, vecino de Turón y natural de Lugo, soltero.

10) Adriano Augusto Teixeira, aprendiz de minero de 17 años, vecino de La Rebaldana y natural de Portugal, soltero.

11) José Antonio López García, vagonero de 19 años, natural y vecino de Tablao, soltero.

En la tarde del día 15 se llevaron a cabo los funerales y la población entera estuvo presente para rendirle el último adiós a aquellos héroes de la oscuridad y del silencio. Multitud de personas procedentes de toda la cuenca minera abarrotaron la calle desde La Veguina hasta La Felguera. No es descabellado el afirmar que algo más de 15.000 personas acudieron a las exequias celebradas por su alma en la iglesia de San Martín, acompañadas por las autoridades religiosas, políticas, militares, laborales y sindicales del momento. Fue un día de luto para los turoneses que no olvidarían jamás.

Al traerlo a la mente aún nos deja un regusto amargo y ello nos da pie para hacer una reflexión a modo de epílogo de este homenaje a las once víctimas de "Santo Tomás". En su honor, en honor de los cientos de fallecidos en otros accidentes, en honor de los miles de silicóticos de nuestras minas, en honor al esfuerzo titánico de decenas de millares de trabajadores de varias generaciones que extrajeron la friolera de 100 millones de toneladas de carbón en 150 años de sacrificio, todos los turoneses, sin excepción, pensamos que este territorio, convertido ahora en una auténtica ruina, necesitaba urgentemente como mínimo una comunicación moderna con el exterior a la altura de Figaredo, una cierta industria que fijara nuestra población y que se procediera al traslado de los excrementos de las explotaciones hulleras (léase escombreras) fuera de nuestro paisaje.

Parafraseando al poeta Miguel Hernández, la historia de Turón en el siglo XX se puede resumir con estas palabras: "Quien te ha visto y quien te ve y sombra de lo que eras". Por si este abandono no fuera suficiente, en los últimos años, nos han despojado hasta de la propia identidad, pues el topónimo de nuestra cuna se lo pasaron al limbo. Está claro que a los turoneses nos han ninguneado reiteradamente sin ningún tipo de miramientos.

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