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Mieres y los perros

No hay ciudad con más perros, la pena es que se ven pocos chuchos

No deja de sorprenderme. Estos días de sol veo las calles repletas de gente en las terrazas y de perros en las calles. Son muchos. Muchísimos. Insisto en que no conozco ningún lugar con tantos perros per cápita. Y no es crítica, ni mucho menos. Es la simple constatación de un hecho. Me encantan los perros, crecí con varios a mi lado, a los que quise con todo mi corazón, y si hoy no tengo alguno es por no poder atenderlo como es debido. Eso de meter una mascota en casa para que se pase la mayor parte de la vida sola y encerrada no va conmigo. Pero, ay si pudiera? Pero lo de "¿yes de Mieres? ¿tienes perru?" está plenamente justificado pues, de verdad, es una característica muy nuestra. Como hablar a voces, tomarse fatal que alguien no te salude y tener el piso como un jaspe y la acera como un basurero.

Bueno, a lo que iba, qué mogollón de perros, qué de ladridos y, mira tú qué cosa, qué pocos chuchos. Los mestizos son minoría. Aquí nos va la pura raza, el perro que cuesta un pastón, circunstancia peculiar en una sociedad de mayoría obrera -o ex obrera-, de izquierdas, de casas en las que se trabajaba de sol a sol para poder sobrevivir. Fíjense en la cruel contradicción: las calles llenas de perros de lujo y la perrera municipal hasta los topes, con unos voluntarios que han de obrar milagros para mantener vivos y en condiciones a decenas de animales abandonados.

¿Racismo canino? Lo parece. Y, en serio, merecería un estudio esta relación de los mierenses con los canes. ¿Por qué aquí se da de tal forma? ¿Por qué en otros lugares, incluso bien próximos, no es así? Es algo que me intriga y que, seguro, analizado por un experto, tendría explicación. Y añadiría que el escudo mierense debería tener un perro. Un westy, un bulldog francés, un pastor alemán, un golden retriever, un cocker?, el que sea, pero de raza. De los que cuestan un dineral. Y que, orgullos, los mierenses lo admiremos al ondear nuestra bandera con el sonido de fondo de los aullidos lastimeros procedentes de la perrera municipal.

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