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Velando el fuego

Una papelina

Sobre la pena pedida para un hombre que vendió una dosis de heroína a 10 euros

Si resulta difícil deslindar la realidad de la ficción en el terreno literario, en ocasiones esta delimitación se vuelve todavía más complicada cuando se trata de hurgar en nuestros armarios diarios. Si lo que denominamos como ficción literaria -cuentos, novelas, y a veces poesías- puede reclamar el mismo derecho que los sueños a considerarse la expresión cultural de una verdad, también, y del mismo modo, la locura de la realidad puede terminar convirtiéndose en una leyenda o quimera que se transforme en humo según los intereses de que se trate. (Me apresuro a aclarar que siempre de índole económica).

Un buen amigo, muy predispuesto a poner ejemplos de casi todos los temas que se abren a debate (dotado, además, de mucho ingenio para ello), me comentaba en una ocasión que él se imaginaba la vida como un pasillo largo por el que vamos cruzando siempre de un lado a otro. Un callejón extenso, que a veces presenta galerías interiores, pasadizos subterráneos, crujías, socavones y vías de agua por donde se pierden nuestros pasos. De modo que a veces parece que entramos desde la parte de la realidad, mas, cuando nos damos cuenta, estamos perdidos en las habitaciones de la ficción; y, por el contrario, en otras, cuando asomamos la cabeza lo hacemos desde el umbral de la fantasía, para, al cabo de un tiempo, acabar en el comedor húmedo y sombrío donde se dispone la mesa de la realidad. Todo lo cual nos indica que en ese deambular diario lo mismo podemos encontrarnos con el madrugador insecto de Kafka que con una bicicleta de Cristiano, o que a poco que le demos a la suela de los zapatos terminaremos tropezando con las directrices del Banco Central Europeo, que se dan la mano con la ficción navideña de Papá Noel. En esos casos, saber quién está situado más al norte o al sur, o quién forma parte de los espejismos y quién de la realidad se antoja, según mi amigo, una empresa delicada donde las haya, puesto que, en su opinión, todos somos sombras que atravesamos por los mismos corredores.

Cuando leí en las noticias de LA NUEVA ESPAÑA de estos días que un hombre se enfrentará a una pena de cuatro años de cárcel por vender una papelina de heroína por 10 euros, no pude menos que acordarme de mi amigo. De modo que, en mi vuelo imaginativo, acompañé al acusado en su deambular por los pasillos de la realidad o de la ficción, según se mire. Y fue entonces -tras contemplar el abigarrado patio de Monipodio, poblado de falsarios y ladrones de todo tipo- cuando comprendí la importancia de lucir una buena ropa de abrigo, ya que no es lo mismo atravesar por los pasillos de la vida ataviado lujosamente, que hacerlo con unos harapos del tres al cuarto. Vean, a modo de ejemplo, los millonarios desvíos al Instituto Nóos (que presidía Iñaki Urdangarín); el "caso Gürtel" (en el que la caja b del PP está "abrumadoramente acreditada", según palabras de la fiscal), o, entre otros más, los ERE fraudulentos de Andalucía.

En todos estos casos, los imputados -y no lo son precisamente por vender una papelina- atravesaron desde los sucios pasillos de la realidad a la confortadora salida de la ficción al aire libre. O sea, se convirtieron en humo. Se perdieron entre las mariposas del aire, que diría el poeta. Mientras que, por el contrario, el pobre hombre a quien se va a juzgar por la venta de una papelina de 10 euros (una ficción cruel donde las haya) tiene trazas de acabar dando con sus huesos en la habitación lóbrega y oscura de alguna cárcel. Lo que demuestra, literatura aparte, pues son abundantes las estadísticas al respecto, que quienes tienen abundante dinero (no importa cuál haya sido el medio empleado para conseguirlo) y, además, se rodean de influyentes amistades, tienen muchas posibilidades de que la realidad -comprarse buenos pisos o esquiar en Suiza- les resulte más agradable.

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