La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Velando el fuego

La línea del horizonte

El plan para cerrar la térmica de Lada y el desmantelamiento del tejido industrial de la comarca

Estos días, y con motivo de una jornadas organizadas por la Fundación Andreu Nin de Asturias (FAN) sobre el centenario de la Revolución rusa, que cuentan con la colaboración del Club LA NUEVA ESPAÑA en las Cuencas, recordé una frase de Eduardo Galeano acerca de la utopía. "La utopía está en el horizonte -dice el gran autor uruguayo-. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá". Entonces, ¿para qué sirve la utopía?, le preguntan. "Pues para eso -responde-, sirve para avanzar".

Si una lección se puede extraer de lo ocurrido en Rusia, hace ahora un siglo, es la de que otro mundo es posible. Otro mundo mejor que este, pensaba yo, cuando por la mañana me desayuné con la noticia de que Iberdrola mantiene el cierre de la térmica de Lada. Lo que, unido a la desaparición de otras muchas empresas de la cuenca, entre las que destaca, sobre todo, Duro Felguera, me hicieron pensar en que esa línea del horizonte a la que se refería Galeano se está corriendo en estos últimos tiempos no diez pasos sino muchos más.

Cierto es que eso no impide que sigamos avanzando; pero, en esta carrera por conseguir metas mejores, en ocasiones nos parecemos a esos corredores a los que les asoma la lengua a causa del brutal esfuerzo. Sirva para el recuerdo la presentación que en la década de los 80 se hacia de los ZUR, esos instrumentos de reindustrialización que iban a servir -así se ponía el énfasis por parte de quienes nos gobernaban- para absorber los efectos dañinos de la reconversión industrial y, a un tiempo, para reorientar la sempiterna vocación industrializadoras de este país, y más en concreto, por lo que a nosotros nos tocaba, de nuestras cuencas.

No faltaron entonces posiciones contrarias, por considerar que tales instrumentos nacían vacíos de contenido, y que, una vez más, fueron tildadas de pesimistas, cuando no de catastrofistas. Sin embargo, el paso del tiempo acabó demostrando -pese a las resistencias de todo tipo- que sus argumentos no eran precisamente inconsistentes, y que mal podría acometerse una tarea reindustrializadora cuando no existió nunca un programa concreto y una acción política capaz de hacer avanzar con eficacia en esa tarea.

Cuando han caído ya muchas lluvias y algunas que otras nieves sobre nuestros hombros, me queda la sensación de que las etiquetas pueden ser todas buenas y útiles para la propaganda, y también para que se utilicen como elementos de diferenciación. Pero, en verdad, si después no se llenan de contenidos, de medidas que tengan un sostén financiero no son más que aire que se pierde en su propio aire al respirar.

¿Acaso no está sucediendo algo parecido con las disposiciones que se adoptan desde la administración en relación con los malos tratos a las mujeres? Sirven para quedar bien, para que se vea que el problema no nos deja indiferentes, pero quienes están metidas a fondo en este terrible drama, y más en concreto algunas organizaciones feministas, saben de sobra que, si las intenciones no se acompañan de un aseguramiento económico, todo se queda en el terreno de los buenos propósitos. Que no es, por cierto, el que mejor les conviene a las víctimas.

Así pues, Iberdrola amplía aún más -lo que, por cierto, es ya bastante difícil de conseguir- el cementerio industrial que nos rodea. Y puesto que no existen recetas mágicas que puedan solucionar de golpe el problema, me contentaría con que cada cual hiciera una valoración de los principales actores que, durante tantos años, han protagonizado esta desventura que padecemos. Cierto es que no resulta sencillo identificarlos -son muchos los factores a los que les interesa unirse para impedirlo-; pero, en todo caso, el postureo y el vender humo son términos semejantes.

Y a fe que de eso sabemos bastante, por desgracia, las personas que vivimos en estas cuencas.

Compartir el artículo

stats