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Desde mi Mieres del Camino

Protagonista: un estupendo hospital

La experiencia sobre la atención médica del servicio de Urgencias del Álvarez Buylla contada en primera persona

No hay mejor visión que la propia experiencia. Mieres tiene un buen hospital. Al menos, salvo situaciones extremas o excepcionales, todo indica, contra viento y marea, contra determinadas y supuestas decisiones administrativas, que se asume, con la máxima responsabilidad, la función de cada departamento. Al menos eso sale en pantalla. Lejos ya los desfasados y quizá en su día, más o menos certeros comentarios y críticas sobre su ubicación en el nuevo poblado de Santullano -razones de peso había, bajo amenaza de perder el equipamiento- para ubicarlo allí con la máxima urgencia y todo hace indicar que superado el aluvión y máxima cima del proceso gripal del invierno, el centro sanitario funciona. Y en base a lo anterior, ahí va una experiencia cogida así, al vuelo, por parte de un mierense, sobre la actuación del equipo humano y el proceso del departamento más cercano de cara al usuario, a saber, el "servicio de urgencias".

Este señor despierta a las cinco de la mañana con un fuerte dolor en el pecho y ciertamente asustado se hace sus cábalas: ¿estaré tocado del corazón? Con su acostumbrada diligencia prepara el plan estratégico. Avisado su hijo mayor, que vive cerca, aparece a los pocos minutos, y ambos, previo el aviso al resto de la familia directa, se dirigen al hospital Alvarez Buylla sobre las siete de la mañana cuando aún existen plazas cercanas para el aparcamiento del coche. Y rápidamente todo se pone en movimiento.

Primer paso, el control de ingreso en urgencias, con los consabidos datos personales y sin más, segundo paso al departamento de urgencias llamado de "exploración". Ocupa el box correspondiente y comienzan los preparativos preliminares a la inspección de su dolencia. Primero aparece una joven y agraciada doctora quién, con toda amabilidad realiza el examen verbal. Ya saben. ¿Qué le ocurre a usted? Todo ello adornado con la excelente disposición de ayudantes técnicos sanitarios y auxiliares. Y se pone en marcha el moderno sistema de exploración, con análisis de sangre, electrocardiograma, toma de tensión sanguínea y otras cuestiones secundarias.

Todo el ambiente alrededor del presunto enfermo, tal como ocurre con el resto de los que acuden e este servicio, es atento, cercano y hasta se puede decir que con pequeños toques de simpatía, aunque, dicho sea a tiempo, se desconoce, no la identidad, sino la personalidad del posible paciente. En esto aparece el doctor -creo que apellidado Peña- especializado en urgencias, que es quién se va a encargar del proceso. Por supuesto que ante este panorama el ánimo del paciente se va serenando y desapareciendo la lógica inquietud sobre sus dolencias. Es un paso importante superado este proceso inicial aparece otro.

Tercer paso. La camilla, en manos de un experto y solícito auxiliar, toma rumbo al segundo escenario del servicio de urgencias, en este caso el llamado "box de observación". Y aunque el individuo de marras intenta resistirse, porque considera que en el primer box se encuentra bien, amablemente le dicen que "en una confortable cama lo va a estar mejor". Punto en boca y a seguir.

Se llega pues a una amplia estancia con varias blancas camas en alguna de las cuáles ya habitan más enfermos que, como es lógico y agradable, son tratados con generosidad, por parte de los enfermeros y la cercanía se palpa en el ambiente. Con toda rapidez y siguiendo las instrucciones telefónicas, también atienden al nuevo inquilino. Eso sí, por deficiencias de la propia estructura ósea del personaje y otros elementos negativos, es necesario extraerle más sangre, en dos ocasiones. Él lo comprende porque, en su larga vida formando parte de este mundo, ha pasado por numerosas ocasiones. De todas maneras y visto el ambiente, que renueva y mantiene viva su tranquilidad, opta por hacer el juego a la cercanía del personal y ante esa circunstancia de extraerle más flujo sanguíneo, surge, por su parte, un rasgo de fina ironía, esa de la que solo hace uso en contadas ocasiones y con cara simulada de cierta angustia dice: "Oiga -dirigiéndose a la diplomada sanitaria- ¿me van ustedes a desangrar? Mire que yo soy un pobre hombre". La respuesta no podía ser otra. La joven enfermera responde a su vez con una media sonrisa también cargada de ironía. Y punto.

Poco minutos después, nueva prueba. Tal como le habían anunciado previamente, es reglamentario montarle otra vez el tinglado de pegatinas en el pecho y la colocación de cables, así como la de pinzas en tobillos y muñecas con el fin de repetirle el famoso electrocardiograma. Y nuevamente surge de sus labios el "quejido" irónico: ¿Acaso piensan ustedes electrocutarme? Esta vez la amplia sonrisa de la ejecutora casi se convierte en carcajada. Durante este tiempo el doctor Peña hace su aparición en dos ocasiones para recabar detalles de la marcha de todo el proceso.

A partir de ahí aparece en pantalla de la mente del presunto enfermo un tiempo más o menos indefinido que le permite, incluso, echar una cabezadita, a la vez que observa el funcionamiento de todo este aparato inicial sanitario. De él se van una viejecita a quién atienden solícitamente en presencia de la familia y un señor que, en apariencia, tal daba la impresión de que llevaba allí varios días, por el trato amistoso que le dispensaba al personal. Sobre las diez y media se le permite la entrada al hijo acompañante del usuario porque, tal como se confirmó posteriormente, está a punto de finalizar todo el proceso. Y por fin, sobre las once menos cuarto de la mañana, hace su aparición ya definitiva el doctor Peña, informe, con la recomendación de cita ante el cardiólogo de turno y receta de medicación en la mano, anunciando, con satisfacción para ambas partes, que no se apreció el menos indicio de lesión cardiaca ni nada semejante, salvo, claro está, las dolencias que el protagonista de esta historia venía arrastrando por los siglos de los siglos... Punto final de la historia que, con las obligadas despedidas y muestras de agradecimiento, sinceras a todas luces, una historia que debe ser rutinaria para el personal sanitario pero que cada individuo debe vivirla a su forma y manera con la consecuente carga de ansiedad que, dicho categóricamente, pierde fuerza y tranquiliza nada más traspasar el departamento de boxes -parece que estoy con Alonso en una carrera de fórmula uno- del hospital Alvarez Buylla de Santullano. Y esto lo certifica el que suscribe de forma fehaciente e intransferible.

Seguiremos tocando campanas de crítica sobre la ubicación del centro y, por supuesto, en torno a presuntos funcionamientos deficientes, pero lo cierto es que Mieres y la comarca del Caudal, tienen un hospital en Santullano, que es toda una garantía y que, en su día, por arte de esos planteamientos en torno a su situación geográfica, estuvo a punto de irse al traste. Y es que quizá, en aquella ocasión, no se dieron las lógicas explicaciones sobre los impedimentos para ubicarlo en otro lugar.

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