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Socio de "Cauce"

Lo siento por Jerónimo Granda

La actuación del músico y cómico, en la Casa de Cultura de La Felguera el viernes a las 20 horas

Antes, el Carnaval era una fiesta, un extra, algo especial. Con mucha risa y frixuelos vienen y van. Lo mismo Nochebuena. Sopa de pitu, detrás arroz con pitu, y luego pitu guisau con arbeyos. Y turrón blando y duro. Y sidra achampanada. Una cena de cardenal. O Reyes, con el fuerte comansi. Traía saloon, vaqueros, indios y soldados; de todo. Otro día mágico. Cuando llegó el teléfono a casa de mis abuelos -negro, grandón, y sin disco para marcar, con un papel metido en una ventanina que decía "65"- mi abuelo bajó una caja de sidra a las mujeres de la centralita, en Colloto, que eran las que decían cuanta demora había para hablar con Oviedo. Cuando sonaba íbamos todos a mirarlo y a oír a mi abuela -que era la encargada de descolgar- decir lo de "¿habeeer?", y a mi abuelo preguntar desde la antojana "¿quién ye?". Una conmoción, un espectáculo. Cuando mi padre consiguió el permiso para comprar el Seat, tras mil gestiones, enchufes, y untos, fuimos toda la familia a Madrid a recogerlo, como si nos llegase un tío de América. Así sucedía. Podríamos contar lo mismo de la vuelta de la mili, de la primera comunión, o de las vacaciones en Castilla, con mi madre comprando en la ferretería del pueblo alpargatas nuevas para todos y una caja de Nivea. La bacanal del verano.

Y la radio. Algo mágico. Según mi hermana, que estaba muy preparada porque estudiaba Magisterio, no hacían falta cables; la voz venía por redondeles invisibles en el aire que se llamaban ondas hertzianas, se ve por el nombre que inventadas por algún alemán; un asunto asombroso. Aquel aparato increíble te llenaba el día; por la mañana, Canciones dedicadas; las pedía mucho la gente de un pueblo que tenía dos nombres: Ciaño-Santana. Por la tarde Elena Francis, ese programa sí que era bueno, y por la noche, Radio París, para saber qué pasaba aquí, aunque yo le tenía manía porque en casa no dejaban hablar mientras tanto.

Pero fiesta fiesta era cuando mis padres nos llevaban a comer a algún bar. Estaba permitido pedir una ración de cualquier cosa, siempre que no fuese cara. Los callos era una vez por el invierno; la cazuelina de hígado encebollado o de carne gobernada caía dos o tres veces al año. Una vez mi abuelo nos invitó a todos a truchas en Rioseco. Con tocinín. Fue tremendo. Y siempre que sucedía algo así éramos felices.

Pero todo se torció. Y es que el mundo se fue al carajo cuando llegó el refalfiu. Y ahora no nos presta nada. Los de "Cauce del Nalón" quieren animar la cosa trayendo a Jerónimo Granda el próximo viernes a la Casa de Cultura de La Felguera, a las ocho de la tarde, con el apoyo del Ayuntamiento de Langreo y LA NUEVA ESPAÑA, por el cuento del Carnaval. Cancios y humor maquiavélico, dicen. La idea podría ser buena, porque el tipo es un gigante, pero ni Jerónimo ni ellos tienen nada que hacer; la gente hace tiempo que descubrió que para reírse sin freno el telediario es imbatible. Y tampoco hay que pagar para verlo.

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