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Velando el fuego

Sufragistas en el Antroxu

Cierto es que el Antroxu es una buena ocasión para poner al día, de un modo colorista y festivo, algunos de los tantos problemas que a diario nos atañen. Cualquier estampa social sirve de caja de resonancia para que la imaginación se ponga a trabajar. Y no hay mucha duda de que en la mayoría de los casos de un modo muy acertado. Ingenio, creatividad, fantasía e invención, entre tantas otras proyecciones figurativas, se dan la mano en los Carnavales de todo el mundo.

Durante unas horas o días, comparsas, coros y chirigotas afilan sus armas para que no falten las canciones cargadas de crítica e ironía. Algunos Carnavales de nuestro país, como Cádiz o Santa Cruz de Tenerife, entre los que me vienen de pronto a la memoria, atesoran una fama merecida, pues no falta el humor, las parodias, el júbilo e incluso el desenfreno que se adueña de sus calles.

Por lo que se refiere a nuestra tierra, el Antroxu goza también de un justo reconocimiento. No hay zona desde el oriente hasta el occidente en la que no se celebre una fiesta que se ha convertido ya en una verdadera liturgia. Basta con detenerse en las páginas de los diarios o escuchar las noticias de la radio y de la televisión para darse cuenta de ello. Sin ir más lejos, en la páginas de LA NUEVA ESPAÑA, y por lo que a Cuencas se refiere, se pudo ver que Mieres salió en defensa del carbón (La Truchona Minera participó en el gran desfile).

Los Carnavales son un bien cultural intangible, un espacio y tiempo para el ritual, y también un modo de demostrar que la globalización, la modernidad y la lógica del mercado todavía no han ganado la batalla a la cultura popular, como se demuestra cuando se aprovecha esta ocasión para reivindicar las lacras sociales, y por tanto para reivindicar otros comportamientos y otros modos de vida.

Una de las características genéricas de todos los ritos es la de vincular el presente al pasado, y el individuo a la comunidad. Quienes hayan participado o visto el desfile de disfraces que se celebró en La Felguera este martes, habrá observado que junto a los habituales trajes de payasos, osos panda o piratas, entre tantos otros con los que los niños acostumbran a ocultar su identidad en estas fechas, un grupo de mujeres formaba parte también del cortejo, caracterizadas -y con mucho acierto, sin duda- como sufragistas.

Se trataba de poner en relación las páginas de nuestra historia particular con el entramado lejano -pero no por ello menos importante- que le sirve como tronco nutricio.

En este caso, el homenaje a aquellas mujeres que salieron a la calle entre finales del siglo XIX y principios del XX en EEUU e Inglaterra para luchar por el derecho de las mujeres a una educación superior, a poder ejercer su profesión y, sobre todo, a la concesión del derecho al voto femenino. Mostrándose siempre como un ejército compacto y contundente, pero a un tiempo pacífico.

Y todo ello como antesala a la huelga feminista mundial del 8 de marzo. Su objetivo es llamar la atención de hombres y mujeres sobre una realidad injusta, en la que los recortes en sanidad, servicios sociales, educación y dependencia se hacen a costa de las mujeres.

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