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Los recuerdos de mi lápiz

La Pomar, el barrio de mi niñez

La infancia es como una película que contemplo desde la butaca de la vida

En muchas ocasiones acuden a mi mente los días de mi infancia, son como un gratificante bálsamo que cura mi espíritu. Recordando a Pablo Neruda en "Confieso que he vivido", yo también sentí en mi niñez como la lluvia caía en hilos que se rompían sobre los tejados, o llegaba como olas transparentes estrellándose contra los ventanales. Los recuerdos de niñez siempre son enormemente gratificantes, aunque sean intermitentes y a ratos olvidadizos, pero es que es así precisamente la vida.

Aunque muchos de mis recuerdos se desdibujan al evocarlos, de repente vienen como el aire cuando choca en un cristal irremediablemente herido. La mayoría de las veces son como una película, que plasma con una pulcritud fotográfica los hechos ocurridos en mi querido barrio de La Pomar, el barrio de mi niñez.

El camino hacia la escuela se hacía sorteando los charcos y saltando de piedra en piedra, aunque era imposible que nuestros zapatos no se empaparan rezumando agua. Siempre recuerdo a mi madre colocando los calcetines mojados en la barra de la cocina y como los zapatos con el calor desprendían vapor, parecían pequeñas locomotoras.

Hoy, desde mi avanzada madurez, todo transcurre como una maravillosa película, que contemplo desde la butaca de la vida. Es una alegría contemplar cómo llevaba la silla desde casa a la plaza de La Pomar, en aquellas inolvidables noches de verano, donde "el gran Cosmín" y su compañía nos regalaban "las comedias" que con todo su arte llenaban de risas e ilusiones nuestros corazones.

En aquel tiempo apenas había coches que interrumpieran nuestros juegos, solo de vez en cuando pasaban los carros de visera de la panadería de Tino, llamada Panadería La Mía, o aquel artilugio eléctrico de la panadería de Balta, pero este, pilotado por Mary, andaba a diez por hora tocando una sirena que nos daba la risa. Jugábamos al fútbol en "el prau Pachón" e íbamos de merienda a La Reguera, lo que nos parecía una preciosa excursión. En los calurosos días de verano, íbamos a bañarnos al "Reblagón" en La Granda, un poco más allá de Pénjamo, donde había una estupenda charca alimentada por un chorro de agua cristalina. En ese lugar, años más tarde, se construirían las impresionantes piscinas de Pénjamo, que hoy desgraciadamente se mueren en la más absoluta de las ruinas, sin que nadie ponga remedio ni se rasgue las vestiduras.

Todos aquellos lugares hoy tan distintos fueron los parques de mi niñez, donde jugué y compartí con mis hermanos y amigos, sabiendo que tengo siempre en el "alma" la entrada para contemplar la película de mi vida, cuyo cartel, con mi hermana Inés, en las escaleras de nuestra casa, la de las verjas, dibujó mi más fiel amigo, "El Lápiz".

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